16 ene 2013

Noticias sobre el arte musical en Caracas/ Arístides Rojas (1826-1894)


Los datos más antiguos que hemos visto publicados respecto del estudio de la música en Caracas, remontan a los principios del siglo último, 1712, época en la cual se estableció una escuela particular de solfeo, y de 1750 a 1760 en que los primeros músicos fundaron una sociedad llamada La Filarmónica, en la cual figuraba en primera escala el señor don J.M. Olivares. Pero el estudio del arte musical en Caracas es todavía más antiguo. La primera escuela de canto llano fue fundada por el Cabildo Metropolitano el 2 de abril de 1640, tres años después de haber sido construida la primera catedral. El sueldo que se fijó a este profesor fue de 50 pesos anuales. En la Catedral de Coro no hubo músicos, más en Caracas fue nombrado en 1659 como músico cantor el padre Miguel Giménez de Aguilar. El año siguiente, 1660, cantó en el coro alto de catedral el primer- tenor José Fernández Mendoza, y desde esta fecha continuaron como cantores y organistas, en las fiestas solemnes de la Metropolitana, los pocos músicos que para aquel entonces existían en Caracas. El primer maestro de capilla que tuvo la misma catedral, fue el padre Gonzalo Cordero, nombrado en 1671, con el sueldo anual de 300 pesos, y la obligación de enseñar la música, y sobre todo, el órgano y el canto llano. 

En las constituciones del colegio Seminario, hechas en 29 de agosto de 1696, y confirmadas por el rey de España en 17 de junio de 1698, se ordena que el maestro de música ocurra a las diez de la mañana a dar lección de canto a los seminaristas; y según el testimonio de un título de maestro de capilla despachado por el obispo Baños, a favor de don Francisco Pérez Camacho, en 21 de abril de 1687, se le asignó a este profesor el sueldo anual de 200 pesos de las rentas de la fábrica de la iglesia, imponiéndole la obligación de enseñar el órgano y canto llano a los que quisieran aprenderlo. En virtud de este título, el maestro de capilla se intitulaba entonces Catedrático de Música del Real Colegio Seminario, según vemos en certificaciones de aquella época. En 1722 el obispo Escalona dotó en 50 pesos de los fondos del Seminario al profesor de música. La clase de canto llano y de órgano que tuvo el Seminario fue anexa a la Universidad de Caracas desde 1727 y continuó en este instituto hasta que en 1854 quedó separada del antiguo Seminario. 

Los primeros órganos que tuvo la Catedral de Caracas vinieron de Santo Domingo o de España; más el órgano grande, el único que ha perdurado y se conserva es obra caraqueña. Fue construido en 1711 por el francés don Claudio Febres, quien recibió, según contrata, 1.500 pesos, más 200 que le regaló el cabildo. 

Para 1775 la orquesta del coro alto de la catedral se componía ya de algunos músicos. En 1778 aparece el cabildo recibiendo de España algunos instrumentos como violines y bajos. El primer clavecino de catedral llega en 1787. Era la época en que figuraban como maestros de capilla distintos miembros de una familia en la cual el genio músico pasó de padres a hijos: nos referimos a la familia Carreño. En 1774 es nombrado maestro de capilla el Pbro. Don Ambrosio Carreño, en 1789 el Pbro. Don Alejandro Carreño, más tarde don Cayetano Carreño, al cual sucedió uno de sus hijos. En 1797 el cabildo pagó al maestro Cayetano Carreño 90 pesos por varias obras musicales que se ejecutan aún. 

En la época de los Carreños fue cuando el arte musical de Caracas llegó a tomar incremento, debido a los esfuerzos unidos de nacionales y extranjeros. Bajo la iniciativa de Olivares, los Carreños, Velásquez, Blandín y el padre Sojo, el círculo filarmónico apareció con tendencias más elevadas. Los señores Sojo y Blandín reunían en sus haciendas de Chacao a los aficionados de Caracas, y este lazo de unión fortaleciendo el amor al arte, llegó a ser el verdadero núcleo de la música moderna. El padre Sojo, de la familia materna de Bolívar, espíritu altamente progresista, después de haber visitado a España, a Italia y en ésta sobre todo, Roma, en los días de Clemente XIV, regresó a Caracas, con el objeto de concluir el Convento de Neristas que a sus esfuerzos levantara y del cual fue prepósito. El convento se abrió en 1771. El señor Blandín era hijo de un respetable francés, don Lázaro Blandín, enlazado por los años de 1745 a 1757 con la antigua y distinguida familia Blanco-Valois. Educado en Francia con su hermano don Domingo, ambos llegaron a figurar en la sociedad caraqueña, por sus méritos; pero mientras que el último se dedicó a la Iglesia y llegó a ser canónigo de la catedral de Caracas, don Bartolomé se dedicó a la agricultura y al incremento del arte musical. Por lo que respecta a los señores Carreños, Olivares y Velásquez, estos respetables caballeros, dedicados por completo al ejercicio y ensanche de la música, contribuían con sus talentos y trabajos al pensamiento del padre Sojo, centro entonces de los artistas caraqueños. 

Las primeras reuniones musicales de Caracas se verificaron en el Convento de Neristas y en Chacao, bajo las arboledas de “Blandín” y de “La Floresta”. El primer cuarteto fue ejecutado a la sombra de los naranjos, en los días en que aparecían sobre los terrenos de Chacao los primeros arbustos de café, en 1785. A estas tertulias musicales asistían no sólo muchos señores de Caracas, sino también parte del bello sexo, pues el señor Blandín tenía dos hermanas que unían al atractivo de una educación esmerada, y a sus virtudes domésticas, bella voz y conocimientos no comunes del arte musical. 

En 1786 llegaron a Caracas dos naturalistas alemanes, los señores Bredemeyer y Schultz, los cuales comenzaron sus excursiones por el valle de Chacao y vertientes del Ávila. Al instante hicieron amistad con el padre Sojo; y la intimidad que entre todos llegó a formarse, fue de brillantes resultados en el adelantamiento del arte musical. Por lo cual agradecidos los viajeros, a su regreso a Europa en 1789, después de haber visitado otras regiones de Venezuela, remitieron al padre. Sojo algunos instrumentos de música que se necesitaban en Caracas, y partituras de Pleyel, de Mozart y de Haydn. Era ésta la primera música clásica que vino a Caracas, la cual sirvió de modelo a los aficionados, que muy pronto comprendieron las bellezas de aquellos autores. 

Entre los profesores y aficionados figuraban en primer término Olivares, Carreño y Velásquez (J. Francisco), compositores y ejecutantes, espíritus de iniciativa que supieron vencer con sus talentos las dificultades. Después de éstos seguían Velásquez, hijo, Caro, Villalobos, Meserón, Montero, Gallardo, los Landaeta, Mármol, Isaza, Pereira, Pompa, el profesor Rodríguez, de mucho renombre, y Lamas, el más joven de todos. Conocían muchos de ellos el violín, el clavecino, el órgano y más tarde el piano; y casi todos han dejado composiciones de mérito. Cuando se celebraban en Caracas los funerales de Carlos IV, el oficio de difuntos fue obra del primero de los Velásquez. Los primeros pianos-clavecinos llegaron a Caracas en 1796. 

A estos profesores se incorporaron como aficionados Esteban Palacio, tío de Bolívar, Blandín, Sojo, Domingo Tovar y los hermanos Francisco Javier y Gerónimo Ustáriz, todos ellos ejecutantes. Aún se conserva la misa compuesta por Francisco Javier Ustáriz. 

En aquel entonces existía en Caracas una familia que reunía en su tertulia a los hombres de letras de la capital y a los amantes del arte musical; la familia Ustáriz que para unos y otros abría sus salas y sabía estimular las bellas aptitudes intelectuales con el ejemplo y con la más distinguida cortesía. La familia Blandín tenía igualmente sus veladas musicales, las cuales frecuentaban los más conocidos profesores y aficionados. Humboldt que asistió, durante su permanencia en Caracas, a estas diversas reuniones y apreció los adelantos musicales de la capital, les dedica un recuerdo bastante satisfactorio: “He encontrado en muchas familias de Caracas, dice, gusto por la instrucción, conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana, y notable predilección por la música, que es cultivada con éxito y que reúne, como hace la cultura de las bellas artes, los diversos círculos de la sociedad”. 

La banda marcial del batallón de la Reina se formó en Caracas afines del último siglo. Fue su director un joven francés de mucho talento musical y práctico, el señor Marquís, que desarrolló el gusto de la música. El estudio de las obras musicales de aquella época, encierra bellezas que nadie podría negar. En casi todas descuella la inspiración y el buen gusto, sobre todo en las composiciones religiosas calcadas en los modelos de Mozart y de Haydn. Puede decirse que muchas tienen un carácter imitativo, que es la primera manifestación del talento artístico, en los países que no han tenido escuela, y en los cuales el genio se ha abierto paso al través de mil dificultades y contratiempos. 

Con la revolución de 1810, el arte musical pareció tomar nuevo vuelo. Para esta fecha habían muerto el padre Sojo, Olivares y otros; pero habían surgido nuevos discípulos. En 1811 se verifica el primer certamen musical iniciado por el señor Landaeta. En aquellos días el profesor Rodríguez enseñaba la música en la Academia del señor Vanlosten que desde fines del siglo pasado era el núcleo ilustrado de la juventud caraqueña. 

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