22 dic 2013

Casi un objeto / José Saramago


Hacia miles de años que recorría la tierra. Durante mucho tiempo, mientras el mundo se conservó también el misterioso, pudo andar a la luz del sol. Cuando pasaba, las personas acudían al camino y le lanzaban flores trenzadas por encima de su lomo de caballo, o hacían con ellas coronas que él se ponía en la cabeza. Había madres que le daban los hijos para que los levantase en el aire y asi perdiesen el miedo a las alturas. Y en todos los lugares había una ceremonia secreta: en medio de un círculo de árboles que representaban a los dioses, los hombres impotentes y las mujeres estériles pasaban por debajo del vientre del caballo; era creencia de todo el mundo que asi florecía la fertilidad y se renovaba la virilidad. En ciertas épocas llevaban una yegua al centauro y se retiraban al interior de sus casas; pero un día alguien, que por ese sacrilegio se quedó ciego, vio que el centauro cubría a la yegua como un caballo y que despues lloraba como un hombre. De esas uniones nunca hubo fruto.

9 nov 2013

EL PSICOANALISTA/ JOHN KATZENBACH


Señor R: Usted gana. Lea el Cape Cod Times.

A quien pueda interesar:
He hecho esto porque estoy solo y no soporto el vacío de mi vida. Me resultaría imposible causar más daño a ninguna otra persona.

He sido acusado de cosas de las que soy inocente. Pero soy culpable de cometer errores con personas a las que amaba, y eso me ha llevado a dar este paso. Agradecería que alguien enviara por correo los donativos que he dejado. Todos los bienes y fondos restantes de mi patrimonio deberían ser vendidos y lo recaudado entregado a las mismas organizaciones benéficas. Lo que quede de mi casa aquí, en Wellfleet, debería convertirse en zona protegida.

A mis amigos, si los hay, espero que me perdonéis. A mis familiares, espero que lo entendáis.

Y al señor R, que me ayudó a llegar a esta situación, espero que encuentre muy pronto su propio camino hacia el infierno, porque ahí le estaré esperando.

23 oct 2013

VENEZUELA, EL PAÍS QUE SIEMPRE NACE / GISELA KOZAK ROVERO


Éste es un volumen de ensayos cuyo hilo conductor es la relación existente entre pensamiento, educación, novela y movimientos revolucionarios en la sociedad venezolana contemporánea. Gisela Kozak Rovero analiza el papel del ejercicio intelectual en la radicalización política de los últimos años y plantea el estudio de la literatura como una de las vías para entender las corrientes subterráneas de carácter político, social y cultural que han emergido en nuestra vida colectiva en la última década y han tomado forma en el proyecto de nación adelantado por la revolución bolivariana. Los diversos ensayos rastrean entonces cómo se manifiesta y se contempla, en la producción intelectual y literaria venezolanas, el espíritu de ruptura radical que emerge periódicamente en nuestra sociedad y niega el pasado y la institucionalidad en nombre de los intereses supuestos del pueblo. Este texto recibió la mención de honor en la Bienal de Ensayo Enrique Bernardo Núñez, Ateneo de Valencia (2006).

11 sept 2013

EL MUNDO HA VIVIDO EQUIVOCADO Y OTROS CUENTOS / R. FONTANARROSA / 1988


DE LA LITERATURA NIPONA


Tsé-Hu-Tcheñ, mandarín de Kiusiu, se hallaba reposando en los jardines de su palacio. De repente, apareció un caballo y le mordió una rodilla.

Min-Tsú, esposa de Tsé-Hu-Tchen, acudió presu­rosa, dispuesta a espantar al corcel con una palme­ta.

-Déjalo. Déjalo -le dijo Tsé-Hu-Tchen. Poco después el animal se marchó tan sigiloso como había llegado.

—Debiste haberme permitido que lo asustase —re­prochó Min-Tsú a su marido.

-Bien sabes -dijo entonces Tsé-Hu-Tchen— que ese caballo puede ser la reencarnación de nuestro amado hijo Ho-Knien-Tsí, muerto en el combate naval de Ngen-Lasha.


- ¡Sigue, sigue! -se quejó la mujer— ¡Sigue malcriándolo!

26 ago 2013

Juegos del Hambre/ Suzanne Collins


PRIMERA PARTE:
LOS TRIBUTOS
_____ 1 _____

Cuando me despierto, el otro lado de la cama está frío. Estiro los dedos buscando el calor de Prim, pero no encuentro más que la basta funda de lona del colchón. Seguro que ha tenido pesadillas y se ha metido en la cama de nuestra madre; claro que sí, porque es el día de la cosecha. 

Me apoyo en un codo y me levanto un poco; en el dormitorio entra algo de luz, así que puedo verlas. Mi hermana pequeña, Prim, acurrucada a su lado, protegida por el cuerpo de mi madre, las dos con las mejillas pegadas. Mi madre parece más joven cuando duerme; agotada, aunque no tan machacada. La cara de Prim es tan fresca como una gota de agua, tan encantadora como la prímula que le da nombre. Mi madre también fue muy guapa hace tiempo, o eso me han dicho. 

Sentado sobre las rodillas de Prim, para protegerla, está el gato más feo del mundo: hocico aplastado, media oreja arrancada y ojos del color de un calabacín podrido. Prim le puso Buttercup porque, según ella, su pelaje amarillo embarrado tenía el mismo tono de aquella flor, el ranúnculo. El gato me odia o, al menos, no confía en mí. Aunque han pasado ya algunos años, creo que todavía recuerda que intenté ahogarlo en un cubo cuando Prim lo trajo a casa; era un gatito escuálido, con la tripa hinchada por las lombrices y lleno de pulgas. 

Lo último que yo necesitaba era otra boca que alimentar, pero mi hermana me suplicó mucho, e incluso lloró para que le dejase quedárselo. Al final la cosa salió bien: mi madre le libró de los parásitos, y ahora es un cazador de ratones nato; a veces, hasta caza alguna rata. Como de vez en cuando le echo las entrañas de las presas, ha dejado de bufarme. 

Entrañas y nada de bufidos: no habrá más cariño que ése entre nosotros. 

Me bajo de la cama y me pongo las botas de cazar; la piel fina y suave se ha adaptado a mis pies. Me pongo también los pantalones y una camisa, meto mi larga trenza oscura en una gorra y tomo la bolsa que utilizo para guardar todo lo que recojo. En la mesa, bajo un cuenco de madera que sirve para protegerlo de ratas y gatos hambrientos, encuentro un perfecto quesito de cabra envuelto en hojas de albahaca. Es un regalo de Prim para el día de la cosecha; cuando salgo me lo meto con cuidado en el bolsillo. 

Nuestra parte del Distrito 12, a la que solemos llamar la Veta, está siempre llena a estas horas de mineros del carbón que se dirigen al turno de mañana. Hombres y mujeres de hombros caídos y nudillos hinchados, muchos de los cuales ya ni siquiera intentan limpiarse el polvo de carbón de las uñas rotas y las arrugas de sus rostros hundidos. Sin embargo, hoy las calles manchadas de carboncillo están vacías y las contraventanas de las achaparradas casas grises permanecen cerradas. La cosecha no empieza hasta las dos, así que todos prefieren dormir hasta entonces... si pueden.

4 ago 2013

El Arte de la Guerra/ Sun Tzu


INTRODUCCIÓN

Sun Tzu, El Arte de la Guerra

Sun Tzu fue un general chino que vivió alrededor del siglo V antes de Cristo. La colección de ensayos sobre el arte de la guerra atribuida a Sun Tzu es el tratado más antiguo que se conoce sobre el tema. A pesar de su antigüedad los consejos de Sun Tzu siguen manteniendo vigencia.

El Arte de la Guerra es el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. Inspiró a Napoleón, Maquiavelo, Mao Tsé Tung y muchas más figuras históricas. Este libro de dos mil quinientos años de antigüedad, es uno de los más importantes textos clásicos chinos, en el que, a pesar del tiempo transcurrido, ninguna de sus máximas ha quedado anticuada, ni hay un solo consejo que hoy no sea útil. Pero la obra del general Sun Tzu no es únicamente un libro de práctica militar, sino un tratado que enseña la estrategia suprema de aplicar con sabiduría el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación. No es, por tanto, un libro sobre la guerra; es una obra para comprender las raíces de un conflicto y buscar una solución. “la mejor victoria es vencer sin combatir”, nos dice Sun Tzu, “y ésa es la distinción entre le hombre prudente y el ignorante”.

La obra de Sun Tzu llegó por primera vez a Europa en el periodo anterior a la Revolución Francesa, en forma de una breve traducción realizada por el sacerdote jesuita J. J. M. Amiot. En las diversas traducciones que se han hecho desde entonces, se nombra ocasionalmente al autor como Sun Wu o Sun Tzi

El núcleo de la filosofía de Sun Tzu sobre la guerra descansa en estos dos principios:

Todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño. El supremo Arte de la Guerra es someter al enemigo sin luchar.

Las ideas de Sun Tzu se extendieron por el resto de Asia hasta llegar a Japón. Los japoneses adoptaron rápidamente estas enseñanzas y, posiblemente, añadieron algunas de su propia cosecha. Hay constancia de que el principal libro japonés sobre el tema, "El libro de los Cinco Anillos", está influido por la filosofía de Sun Tzu, ya que su autor, Miyamoto Mushashi, estudió el tratado de "El Arte de la Guerra" durante su formación como Samurai.

Habitualmente se hace referencia a las culturas orientales como culturas de estrategia y no es pequeña la influencia de Sun Tzu en este desarrollo cultural. Hoy en día, la filosofía del arte de la guerra ha ido más allá de los límites estrictamente militares, aplicándose a los negocios, los deportes, la diplomacia e incluso el comportamiento personal. Por ejemplo, muchas frases clave de los manuales modernos de gestión de empresas, son prácticamente citas literales de la obra de Sun Tzu (cambiando, por ejemplo, ejército por empresa, o armamento por recursos, sin ir más lejos). Las ideas siguen siendo completamente válidas a pesar de los 25 siglos transcurridos desde que se escribieron.

26 jul 2013

El asesinato de Pitágoras / Marcos Chicot


CAPÍTULO 1

16 de abril de 510 a. C.

Akenón, sin desviar la mirada de la pequeña copa de cerámica que contenía su vino, observó por el rabillo del ojo al posadero. Éste se acercó a su mesa hasta quedar a un par de pasos, titubeó y volvió a alejarse. No le gustaba que un cliente estuviera tanto tiempo sin ni siquiera beberse la primera copa, pero no se atrevía a molestar a un extranjero, seguramente egipcio, que además de sacarle una cabeza iba armado con una espada curva y un puñal que no se molestaba en ocultar.

Akenón volvió a ensimismarse, ajeno al ambiente lúgubre de aquella posada. Llevaba allí dos horas y todavía permanecerían varias más, pero a partir de que se pusiera el sol estaría en compañía de alguien que jamás habría entrado en ese antro por voluntad propia.

Acarició distraídamente la superficie de la copa y después dio un pequeño sorbo. El vino era sorprendentemente digno. Sin levantar la cabeza, recorrió la sala con la mirada.

«Esta noche acabará todo.»

La mayoría de las leyendas se van exagerando hasta alejarse completamente de la realidad. “Pero en el caso de los sibaritas casi todo es cierto», pensó Akenón.

Síbaris era una de las ciudades más populosas que había conocido en su ajetreada vida. Decían que contaba con trescientas mil almas, y tal vez fuese verdad. El resto de mitos, no obstante, sólo eran ciertos en la parte de la ciudad más cercana al importante puerto. Allí residía la mayoría de aristócratas, dueños de casi toda la fértil llanura en la que se asentaba la ciudad, y poseedores de una flota comercial que sólo palidecía ante la de los fenicios.

Los aristócratas sibaritas eran tal como se decía: vivían para el placer, el lujo y el refinamiento. Buscaban la comodidad hasta el punto de no permitir que en su parte de la ciudad se instalaran herreros o caldereros ni se acuñara moneda. Aunque huían del trabajo como de la peste, no descuidaban el control sobre el poder, que ejercían directamente, ni sobre el comercio, que manejaban a través de empleados de confianza. Llevaban dos siglos acumulando riqueza, de lo cual Akenón estaba encantado, pues gracias a ello le habían encargado la investigación mejor pagada de su vida.

Hacía un rato que había oscurecido cuando una silueta se recortó en la entrada de la posada. Localizó a Akenón, hizo un gesto sobrio de reconocimiento y volvió a salir. Un minuto después entraron varios sirvientes seguidos por un personaje encapuchado. De poco le servía ocultarse tras una capucha cuando estaba envuelto en lujosas telas de raso y terciopelo, y cuando su cuerpo era el doble de voluminoso de lo normal.

Un esclavo se apresuró a desplegar un amplio taburete con asiento detiras de cuero entrelazadas. Colocó encima un grueso cojín de plumas y el encapuchado se sentó frente a Akenón haciendo un gesto de incomodidad. Los sirvientes lo rodearon, unos pendientes de sus deseos, otros ejerciendo de guardaespaldas. El posadero hizo amago de acercarse e inmediatamente se lo impidieron.

Akenón levantó la copa hacia el recién llegado.

—Te recomiendo el vino, Glauco. Es bastante bueno.

Glauco hizo un gesto de desprecio a la vez que se bajaba la capucha. Él sólo bebía el mejor vino de Sidón.

Akenón observó con inquietud a su compañero de mesa. Se retorcía las manos, rechonchas y húmedas. La papada ocupaba el lugar donde debía haber estado el cuello y por sus mofletes carnosos caían gotas de sudor. Los ojos, engañosamente tiernos, se movían con rapidez como si fuera incapaz de fijar la mirada.

«Me temo que esta noche voy a descubrir un Glauco nuevo.»

Un viejo y desagradable recuerdo, de cuando vivía en su Egipto natal, asaltó a Akenón. Hacía unos veinticinco años había resuelto brillantemente una investigación policial. Gracias a ello lo contrató el propio faraón Amosis II. En teoría para formar parte de su guardia privada, pero la realidad era que debía investigar a miembros de la corte y nobles con excesivas ambiciones. Akenón destapó pocos meses más tarde una conspiración organizada por un primo del faraón. Amosis II lo felicitó efusivamente y el joven Akenón se hinchó de orgullo. Al día siguiente asistió al interrogatorio del pariente conspirador. Tras las preguntas y amenazas de rigor comenzaron los golpes. Después aparecieron enfermizos artilugios metálicos y aquello degeneró en una sádica tortura. Akenón se puso tan enfermo que dejó que fueran otros los que preguntaran. Media hora más tarde ni siquiera se hacían preguntas. No abandonó la sala porque habría sido un signo de debilidad inaceptable, pero dejó la vista perdida a unos metros del interrogado, procurando evitar que las imágenes de la carnicería se grabaran en su cerebro. Sin embargo, no pudo hacer nada para mantener fuera los gritos. Ahora, cada vez que despertaba empapado en sudor, el eco de aquellos espantosos alaridos permanecía largo rato retumbando en su cabeza.

No volvió a asistir a un interrogatorio, ni se lo pidieron, pero volver a pasar por algo similar era uno de sus temores más profundos.

Glauco lo sacó de aquellos recuerdos.

— ¿Cuánto tiempo hay que esperar? —El semblante del sibarita reflejaba una desesperación febril.

Aunque ya se lo había explicado detalladamente, Akenón volvió a responder con paciencia.

—Tarda entre cuatro y seis horas en descomponerse con el calor de la piel. Como hace bastante frío, quizás requiera un par de horas más.


Glauco gimió y enterró la cara en las manos. Aún tenía que esperar horas, y cada minuto le resultaba un tormento insufrible.

3 jul 2013

Inferno / Dan Brown


Yo soy la Sombra.
A través de la ciudad doliente, huyo.
A través de la desdicha eterna, me fugo.
Por la orilla del río Arno, avanzo con dificultad, casi sin aliento... tuerzo a la izquierda por la via dei Castellani y enfilo hacia el norte, escondido bajo las sombras de los Uffizi.
Pero siguen detrás de mí.
Sus pasos se oyen cada vez más fuertes, me persiguen con implacable determinación.
Hace años que me acosan. Su persistencia me ha mantenido en la clandestinidad..., obligándome a vivir en un purgatorio..., a trabajar bajo tierra cual monstruo ctónico.
Yo soy la Sombra.
Ahora, en la superficie, levanto la vista hacia el norte, pero soy incapaz de encontrar un camino que me lleve directo a la salvación..., pues los Apeninos me impiden ver las primeras luces del amanecer.
Paso por detrás del palazzo con su torre almenada y su reloj con una sola aguja...; me abro paso entre los primeros vendedores de la piazza di San Firenze, con sus roncas voces y su aliento a lampredotto y a aceitunas al horno. Tras pasar por delante del Bargello, me dirijo hacia el oeste en dirección a la torre de la Badia y llego a la verja de hierro que hay en la base de la escalera.
Aquí ya no hay lugar para las dudas.
Abro la puerta y me adentro en el corredor a partir del cual —lo sé— ya no hay vuelta atrás. Obligo a mis pesadas piernas a subir la estrecha escalera... cuya espiral asciende en suaves escalones de mármol, gastados y llenos de hoyos.
Las voces resuenan en los pisos inferiores. Implorantes.
Siguen detrás de mí, implacables, cada vez más cerca.
No comprenden lo que va a tener lugar... ¡Ni lo que he hecho por ellos!
¡Tierra ingrata!
Mientras voy subiendo, acuden a mi mente las visiones..., los cuerpos lujuriosos retorciéndose bajo la tempestad, las almas glotonas flotando en excrementos, los villanos traidores congelados en la helada garra de Satán.
Asciendo los últimos escalones y llego a lo alto. Tambaleándome y medio muerto, salgo al aire húmedo de la mañana. Corro hacia la muralla, que me llega a la altura de la cabeza, y miro por sus aberturas. Abajo veo la bienaventurada ciudad que he convertido en mi santuario frente a aquellos que me han exiliado.
Las voces gritan, están cada vez más cerca. — ¡Lo que has hecho es una locura!
La locura engendra locura. — ¡Por el amor de Dios! —exclaman—, ¡dinos dónde lo has escondido!
Precisamente por el amor de Dios, no lo haré.
Estoy acorralado, tengo la espalda pegada a la fría piedra. Miran en lo más hondo de mis ojos verdes y sus expresiones se oscurecen.
Ya no son aduladoras, sino amenazantes.
—Sabes que tenemos nuestros métodos. Podemos obligarte a que nos digas dónde está.
Por eso he ascendido a medio camino del cielo.
De repente me doy la vuelta, extiendo los brazos y me encaramo
a la cornisa alta con los dedos, y me alzo sobre ella primero de rodillas y finalmente de pie, inestable ante el precipicio. Guíame, querido Virgilio, a través del vacío.
Sin dar crédito, corren hacia mí e intentan agarrarme de los pies, pero temen que pierda el equilibrio y me caiga. Ahora suplican con desesperación contenida, pero les he dado la espalda. Sé lo que debo hacer.
A mis pies, vertiginosamente lejos, los tejados rojos se extienden como un mar de fuego... iluminando la tierra por la que antaño deambulaban los gigantes: Giotto, Donatello, Brunelleschi, Miguel Ángel, Botticelli.
Acerco los pies al borde.
— ¡Baja! —gritan—. ¡No es demasiado tarde!
¡Oh, ignorantes obstinados! ¿Es que no veis el futuro? ¿No comprendéis el esplendor de mi creación?, ¿su necesidad?
Con gusto haré este sacrificio final..., y con él extinguiré vuestra última esperanza de encontrar lo que buscáis.
Nunca lo encontraréis a tiempo.
A cientos de metros bajo mis pies, la piazza adoquinada me atrae como un plácido oasis. Me gustaría disponer de más tiempo..., pero ése es el único bien que ni siquiera mi vasta fortuna puede conseguir.
En estos últimos segundos distingo en la piazza una mirada que me sobresalta.
Veo tu rostro.
Me miras desde las sombras. Tus ojos están tristes y, sin embargo, en ellos también advierto admiración por lo que he logrado.
Comprendes que no tengo alternativa. Por amor a la humanidad, debo proteger mi obra maestra.
Que incluso ahora sigue creciendo..., a la espera..., bajo las aguas teñidas de rojo sangre de la laguna que no refleja las estrellas.
Finalmente, levanto la mirada y contemplo el horizonte. Por encima de este atribulado mundo hago mi última súplica.
Querido Dios, rezo para que el mundo recuerde mi nombre, no como el de un pecador monstruoso, sino como el del glorioso salvador que sabes que en verdad soy. Rezo para que la humanidad comprenda el legado que dejó tras de mí.
Mi legado es el futuro.
Mi legado es la salvación.
Mi legado es el Inferno.
Tras lo cual, musito mi amén... y doy mi último paso hacia el abismo.

10 jun 2013

Fe, rito y superstición


JEAN-FRANCOIS - La piedad ritual, que tildamos de «beatería» -el agua bendita, el rosario, los ramos, la creencia en todo tipo de Indulgencias, en la eficacia de los sacramentos o de ciertas oraciones, en el hecho de encender velas-, y que está presente en la mayoría de las religiones, contrasta con la actitud depurada que se atribuye al budismo. Ésta parece ser una de las razones por la que los intelectuales, entre otros, pueden sentirse atraídos por esta sabiduría, a la vez que manifiestan su rechazo ante ciertos aspectos de las religiones establecidas que les parecen demasiado teatrales, formalistas o irracionales. Ahora bien, se trata a mi parecer de una Imagen idealizada del budismo que uno puede tener cuando lo observa de lejos, cuando conoce la doctrina sin haber asistido a su práctica cotidiana. Pero cuando uno viaja a los países budistas y entra en los monasterios se da cuenta del extraordinario florecimiento de prácticas, cánticos, procesiones y prosternaciones que, para un agnóstico como yo, parecen provenir de los mismos tipos de superstición o ritual obsesivo presentes en la ortodoxia, el catolicismo, el islam o el judaísmo. Yo diría incluso que, tal como se desarrollan ante nuestros ojos en pleno siglo xx, algunas prácticas parecen más próximas al catolicismo medieval que al catolicismo actual. ¿No sería éste un aspecto un tanto irracional, un poco exterior y mecánicamente ritualista de las prácticas budistas que ha podido injertarse en la sabiduría de Buda a lo largo de los milenios?

MATTHIEU - Ante todo diré que en el budismo, como en todas las tradiciones espirituales y religiosas, hay que distinguir entre superstición y rito. La fe se convierte en superstición cuando se opone a la razón y se separa de la comprensión del sentido profundo del rito. El rito tiene un sentido (la palabra latina ritus quiere decir, además, «acción correcta»). Invita a una reflexión, una contemplación, una oración o una meditación. El sentido de las palabras que se pronuncian en los cánticos es siempre un llamamiento a la contemplación. Esto es particularmente cierto en el caso del budismo tibetano. Cuando nos volvemos hacia el contenido mismo del rito, hacia los textos que son recitados, encontramos, como si fuera una guía, los distintos elementos de la meditación budista: la vacuidad, el amor y la compasión. Un rito es una práctica espiritual realizada en el marco inspirador de un monasterio en una atmósfera de serenidad reforzada por la música sacra, que no aspira a exacerbar las emociones, sino más bien a calmarlas y a favorecer el recogimiento. Esta música se concibe como una ofrenda y no como una expresión artística. Algunos ritos se prolongan sin interrupción, día y noche, durante más de una semana. Su objetivo es conseguir que los participantes se entreguen en común a un periodo de práctica intensa. Al meditar sobre un mandala se enfatizan las técnicas de concentración y se convoca un simbolismo muy rico.

]. F - ¿Podrías definir con precisión el mandala? Sólo tengo una idea muy vaga de lo que es.

M. - Un mandala es una representación simbólica del universo y de los seres bajo la forma de un lugar perfecto y de las deidades que residen en él. Las «deidades» de los mandalas no son dioses, pues, como ya he explicado, el budismo no es ni un politeísmo ni un monoteísmo. Son arquetipos, aspectos de la naturaleza de buda. La meditación sobre el mandala es una preparación hacia lo que se llama «la clara visión», es decir, la percepción de la naturaleza de buda presente en todos los seres. Estas técnicas de visualización permiten transformar nuestra percepción ordinaria del mundo -una mezcla de puro e impuro, de bien y de mal- en la toma de conciencia de la perfección fundamental del mundo fenoménico. Al visualizamos a nosotros mismos, así como a los seres que nos rodean, bajo la forma de estos arquetipos perfectos que son las «deidades» del panteón tibetano, nos acostumbramos a la idea de que la naturaleza de buda está presente en cada ser. Dejamos, por lo tanto, de discriminar entre las modalidades exteriores de los seres, feos o bellos, amigos o enemigos. En pocas palabras, estas técnicas son medios hábiles para reencontrar la perfección inherente a nosotros mismos y a cada ser. Por último, conviene decir asimismo que para los maestros tibetanos los ritos sólo tienen una importancia relativa, y los eremitas que se consagran a la meditación abandonan cualquier forma de rito. Algunos, como el gran yogui Milarepa, llegaron incluso a denigrar abiertamente el uso de las ceremonias y los ritos. La variedad de las técnicas espirituales responde así a la variedad de los discípulos y depende de niveles diferentes de práctica espiritual


1 may 2013

ADIOS A LAS ARMAS / Ernest Hemingway

  
CAPÍTULO XXXII

Acostado en el suelo del vagón, al lado de los cañones bajo la lona, estaba empapado, tenía frío y me moría de hambre. Acabé por volverme y acostarme boca abajo, con la cabeza apoyada en el brazo. Mi rodilla estaba tiesa, pero se había portado muy bien. Valentini había hecho un buen trabajo. Había hecho la mitad de la retirada a pie y había cruzado una parte del Tagliamento con aquella rodilla. Esta rodilla le pertenecía. La otra era mía. Los médicos llegan a hacer tales cosas que, en realidad, tu cuerpo ya no es tuyo. Mi cabeza era mía, lo mismo que el interior de mi vientre. Estaba hambriento. Lo notaba al contraerme. Mi cabeza era mía, pero no para servirme de ella, para pensar, sólo para recordar, y aún no mucho. 

Podía acordarme de Catherine, pero sabía que me volvería loco si pensaba en ella cuando aún no sabía si volvería a verla. Así, pues, debía pensar en ella... sólo un poquitín... solamente en ella, en el vagón que corre lentamente, con ruido de chatarra... y la luz que se filtra a través de la lona... y yo, acostado con Catherine en el suelo del vagón... Tan dura como el suelo del vagón era esta obligación de permanecer acostado sin pensar, contentarse con sensaciones, demasiado tiempo ausente... ropa mojada... este suelo que sólo avanzaba poco a poco, soledad ahí debajo...!Qué solo se siente uno con las ropas mojadas y la dureza de una tabla a guisa de mujer! 

No se puede querer al suelo de un vagón, ni a los cañones con sus fundas de lona, ni el olor de metal engrasado, ni un toldo que deja atravesar la lluvia. No obstante, se está bien bajo la lona, y la compañía de los cañones es agradable. Pero amar a alguien que se sabe que no puede estar aquí, darse cuenta muy clara y fríamente -fríamente, pero sobre todo clara e inútilmente-, darse cuenta inútilmente, acostado sobre el vientre, de que habéis asistido a la retirada de un ejército y a la progresión de otro, de que habéis perdido vuestras ambulancias y vuestros hombres, como un empleado de almacén pierde las mercancías de su sección en un incendio. No hay seguro en mi caso. Una vez salido del grupo no se tienen más obligaciones. Si después de un incendio fusilaran a los empleados de un gran almacén porque hablan con el acento que siempre han tenido, no se podría esperar de ninguna manera que ellos volvieran el día que el gran almacén reemprendiera su trabajo. Irían a buscar trabajo a otro sitio, si es que había trabajado en otro sitio y si la policía no los atrapaba antes. 

El río se había llevado mi cólera con todas mis obligaciones... Éstas, por otra parte se habían terminado desde el momento en que los carabineros me habían puesto la mano en el cuello. Me hubiese gustado no llevar ya el uniforme, a pesar de la poca importancia que daba a las insignias exteriores. Había arrancado las estrellas, pero fue por prudencia. No era pundonor. En principio no tenía ninguna objeción. Estaba liberado. Les deseaba buena suerte a todos. Algunos la merecían, los buenos, los valientes, los pacientes, los inteligentes. En cuanto a mí ya no formaba parte de los actores de la comedia, y sólo deseaba una cosa, la llegada de este maldito tren a Mestre, a fin de poder comer y dejar de pensar. No debería pensar, en absoluto. Piani les diría que me habían fusilado. Registraban los bolsillos de los que habían fusilado y cogían la documentación. Ellos no tenían la mía. Tal vez me declarasen ahogado. Me pregunté qué explicarían a los Estados Unidos. Muerto a consecuencia de las heridas, etc. ¡Dios mío, cuánta hambre tenía! Me pregunté qué había sido del capellán de la cantina y de Rinaldi. Seguramente estaban en Pordenone. A menos que se hubiesen retirado más lejos. Pero no les vería nunca más. Nunca más vería a ninguno de ellos. Se había acabado esta vida. No creía que tuviese sífilis. 

De todas formas parece que no es una enfermedad grave cuando se trata a tiempo. Pero él se atormentaba. Yo no estaba hecho para pensar. Estaba hecho para comer. ¡Dios mío, sí! Comer, beber y dormir con Catherine. Quizá esta noche... No, imposible... pero mañana por la noche... y una buena comida... y sábanas... y nada de marchar... nunca... a menos que fuéramos los dos juntos. Posiblemente tendríamos que escapar bárbaramente aprisa. Ella vendría. Sabía que ella vendría... ¿Cuándo marcharíamos? Tendríamos que pensar en esto... Empezaba a oscurecer. Tendido me preguntaba adónde podríamos ir. Los lugares no faltaban. 


30 abr 2013

El Gran Diseño / Stephen Hawking & Leonard Mlodinow

 

La Ciencia puede explicar al universo, y no necesitamos a Dios para explicar porque hay algo en lugar de nada o porque las leyes de la naturaleza son lo que son. La teoría de la gravedad y la cuántica sostienen que el universo se creó espontáneamente de la nada. Hablamos de la única teoría unificada posible.

Cada uno de nosotros existe durante un tiempo muy breve, y en dicho intervalo tan solo explora una parte diminuta del conjunto del universo. Pero los humanos somos una especie marcada por la curiosidad. Nos preguntamos, buscamos respuestas. Viviendo en este vasto mundo, que a veces es amable y a veces es cruel, y contemplando la inmensidad del firmamento encima de nosotros, nos hemos hecho siempre una multitud de preguntas. ¿Cómo podemos comprender el mundo donde nos hallamos? ¿Cómo se comporta el universo? ¿Cuál es la naturaleza de la realidad? ¿De dónde viene todo lo que nos rodea? ¿Necesito el universo un Creador? 

Tradicionalmente, esas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de conocimiento.



9 abr 2013

JOSE ORTEGA Y GASSET / MEDITACIONES DEL QUIJOTE / 1914

MEDITACIÓN PRELIMINAR

El bosque. 
¿Con cuántos árboles se hace una selva? ¿Con cuantas casas una ciudad? 
Según cantaba el ciego de Poitiers, 
La hauteur des maisons 
Empêche de voir la ville,

Y el adagio germánico afirma que los árboles no dejan ver el bosque. Selva y ciudad son dos cosas esencialmente profundas, y la profundidad está condenada de una manera fatal a convertirse en superficie si quiere manifestarse. 

Tengo yo ahora en torno mío hasta dos docenas de robles graves y de fresnos gentiles. ¿Es esto un bosque? Ciertamente que no; estos son los árboles que veo de un bosque. El bosque verdadero se compone de los árboles que no veo. El bosque es una naturaleza invisible –por eso en todos los idiomas conserva su nombre un halo de misterio. 

Yo puedo ahora levantarme y tomar uno de estos vagos senderos por donde veo cruzar a los mirlos. Los árboles que antes veía serán sustituidos por otros análogos. Se irá el bosque descomponiendo, desgranando en una serie de trozos sucesivamente visibles. Pero nunca lo hallaré allí donde me encuentre. El bosque huye de los ojos. 

Cuando llegamos a uno de estos breves claros que deja la verdura, nos parece que había allí un hombre sentado sobre una piedra, los codos en las rodillas, las palmas en las sienes, y que precisamente cuando íbamos a llegar, se ha levantado y se ha ido. Sospechamos que este hombre, dando un breve rodeo, ha ido a colocarse en la misma postura no lejos de nosotros. Si cedemos al deseo de sorprenderle –a ese poder de atracción que ejerce el centro de los bosques sobre quien en ellos penetra-, la escena se repetirá indefinidamente. 

El bosque está siempre un poco más allá de donde nosotros estamos. De donde nosotros estamos acaba de marcharse y queda sólo su huella aún fresca. Los antiguos, que proyectaban en formas corpóreas y vivas las siluetas de sus emociones poblaron las selvas de ninfas fugitivas. Nada más exacto y expresivo. Conforme camináis, volved rápidamente la mirada a un claro entre la espesura y hallaréis un temblor en el aire como si aprestara a llenar el hueco que ha dejado al huir un ligero cuerpo desnudo. 

Desde uno cualquiera de sus lugares es, en rigor, el bosque una posibilidad. Es una vereda por donde podríamos internarnos; es un hontanar de quien nos llega un rumor débil en brazos del silencio y que podríamos descubrir a los pocos pasos; son versículos de cantos que hacen a lo lejos los pájaros puestos en unas ramas bajo las cuales podríamos llegar. El bosque es una suma de posibles actos nuestros, que al realizarse perderían su valor genuino. Lo que del bosque se halla ante nosotros de una manera inmediata es solo pretexto para que lo demás se halle oculto y distante.

28 mar 2013

El Evangelio Según Jesucristo - José Saramago


Jesús muere, muere, y ya va dejando la vida, cuando de pronto el cielo se abre de par en par por encima de su cabeza, y Dios aparece, vestido como estuvo en la barca, y su voz resuena por toda la tierra diciendo, Tú eres mi Hijo muy amado, en ti pongo toda mi complacencia. Entonces comprendió Jesús que vino traído al engaño como se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio de los principios para morir así, y, trayéndole la memoria el río de sangre y de sufrimiento que de su lado nacerá e inundará toda la tierra, clamó al cielo abierto donde Dios sonreía, Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo. Luego se fue muriendo en medio de un sueño, estaba en Nazaret y oía que su padre le decía, encogiéndose de hombros y sonriendo también, Ni yo puedo hacerte todas las preguntas, ni tú puedes darme todas las respuestas. Aún había en él un rastro de vida cuando sintió que una esponja empapada en agua y vinagre le rozaba los labios, y entonces, mirando hacia abajo, reparó en un hombre que se alejaba con un cubo y una caña al hombro. Ya no llegó a ver, colocado en el suelo, el cuenco negro sobre el que su sangre goteaba

12 mar 2013

La armadura del desprecio/ Dan Abnett



“El Caos se lleva a los descuidados o a los incompletos. Un verdadero ser humano puede evitar su posesión si es decidido y protege su alma con la armadura del desprecio”. GIDEON RAVENOR / Las esferas del anhelo

Introducción 
Estamos en el cuadragésimo primer milenio. El Emperador ha permanecido sentado e inmóvil en el Trono Dorado de la Tierra durante más de cien siglos. Es el señor de la humanidad por deseo de los dioses, y el dueño de un millón de mundos por el poder de sus inagotables e infatigables ejércitos. Es un cuerpo podrido que se estremece de un modo apenas perceptible por el poder invisible de los artefactos de la Era Siniestra de la Tecnología. Es el Señor Carroñero del Imperio, por el que se sacrifican mil almas al día para que nunca acabe de morir realmente. En su estado de muerte imperecedera, el Emperador continúa su vigilancia eterna. Sus poderosas flotas de combate cruzan el miasma infestado de demonios del espacio disforme, la única ruta entre las lejanas estrellas. Su camino está señalado por el Astronomicón, la manifestación psíquica de la voluntad del Emperador. Sus enormes ejércitos combaten en innumerables planetas. Sus mejores guerreros son los Adeptus Astartes, los Marines Espaciales, supersoldados modificados genéticamente. Sus camaradas de armas son incontables: las numerosas legiones de la Guardia Imperial y las fuerzas de defensa planetaria de cada mundo, la Inquisición y los tecnosacerdotes del Adeptus Mechanicus por mencionar tan sólo unos pocos. A pesar de su ingente masa de combate, apenas son suficientes para repeler la continua amenaza de los alienígenas, los herejes, los mutantes... y enemigos aún peores. Ser un hombre en una época semejante es ser simplemente uno más entre billones de personas. Es vivir en la época más cruel y sangrienta imaginable. Éste es un relato de esos tiempos. Olvida el poder de la tecnología y de la ciencia, pues mucho conocimiento se ha perdido y no podrá ser aprendido de nuevo. Olvida las promesas de progreso y comprensión, ya que en el despiadado universo del futuro sólo hay guerra. No hay paz entre las estrellas, tan sólo una eternidad de matanzas y carnicerías, y las carcajadas de los dioses sedientos de sangre.

3 mar 2013

The Casual Vacancy / Una vacante imprevista. (J. K. Rowling)

Comentario 
La historia de esta primera obra de Rowling para adultos se centra en Pagford, un imaginario pueblecito del sudoeste de Inglaterra donde la súbita muerte de un concejal desata una feroz pugna entre las fuerzas vivas del pueblo para hacerse con el puesto del fallecido, factor clave para resolver un antiguo litigio territorial. 

La minuciosa descripción de las virtudes y miserias de los personajes conforman un microcosmos tan intenso como revelador de los obstáculos que lastran cualquier proyecto de convivencia, y, al mismo tiempo, dibujan un divertido y polifacético muestrario de la infinita variedad del género humano. 

Sin que el lector apenas lo perciba, Rowling consigue involucrarlo en temas de profundo calado mientras lo conduce sin pausa a un sorprendente desenlace final.

PRIMERA PARTE 

6.11 Se produce una plaza vacante: 

a) cuando un miembro electo de la administración local no comunica la aceptación del cargo dentro del plazo establecido; o b) cuando presenta su carta de dimisión; o c) el día de su muerte... 

Charles Arnold-Baker 
La administración local, 7. ª Edición 

Domingo 
Barry Fairbrother no quería salir a cenar. Llevaba casi todo el fin de semana soportando un palpitante dolor de cabeza e intentando terminar a tiempo un artículo para el periódico local.Sin embargo,…


19 feb 2013

Prolegómenos de una Epopeya Crítica (A la manera de Platón) /Julio Herrera y Reissig



(Un salón alhajado con muebles Luis XV. Reina una luz suave. En un ángulo un busto de Atenea. En las paredes varios motivos de Watteau. Roberto en un diván con aire de pereza. Julio indiferente echado sobre un cojín, fumando un cigarrillo, y aureolando con el humo las redondeces de una Bacante. Sobre una mesa de plata un manuscrito próximo a imprimirse de Roberto y Julio.) 

Julio (galante) Has metodizado una carcajada. 
Roberto (complicado) Has cincelado un insulto. 
Julio ¡Hemos nacido, como Minerva, de la cabeza del Dios del rayo! 
Roberto (con modestia) El rayo es como nosotros… 
Julio (Compasivo) Tengamos piedad de este país tan niño, que se halla en formación geológica, en proceso de levantamiento, surgiendo lentamente de la matriz de las aguas. 
Roberto (dirigiendo una mirada al manuscrito que está sobre la mesa) ¡Nosotros apresuramos su levantamiento! 
Julio Has desgarrado en este país con tu sátira mordedora, con tu dentellada Byroniana la obra de los hombres, ¡oh, Anaxágoras! 
Roberto Y tú la de Dios mismo, ¡oh, Satán! 
Julio (con altivez) Provoco el aplauso de los insultos; ¡amo la popularidad del odio! 
Roberto Pienso como tú, oh Byron. ¿No sería acaso humillar a Epicuro y a los más grandes libertinos connubiar con la Euménide? 
Julio (con gravedad) ¡Somos los malditos! 
Roberto (sonriendo) ¡Los insolentes! 
Julio Tu obra, tu burla orquestal es una ópera en prosa. 
Roberto (ingenuo) ¿Como las de Flaubert…? 
Julio (exaltado) ¡Eres un camafeísta del insulto! 
Roberto (con vehemencia) ¡Eres un poeta en erupción! 
(Un silencio) 
Roberto Hemos insultado a la América del Sur, desde el Uruguay hasta el istmo de Panamá. 
Julio (Reflexivo) Un insulto de […] 
Julio: (con fiereza) Hemos desatado la lengua a la Verdad; somos los fundadores de la libertad del espíritu. ¡Podemos prestar a Richepin la dinamita del insulto! ¡Desafiaremos al Pampero arrojándole nuestro libro para que luche con él! 
Roberto (con épico arranque, aludiendo al «Sueño de Oriente» y a «Las Cantáridas» de Julio Herrera y Reissig) Cristo hizo la Revolución Social, Lutero la religiosa, Voltaire la crítica, Danton la política, Darwin la científica, Comte la filosófica, Wagner la musical, Marx la económica, Baudelaire la literaria. ¡Nosotros, la Revolución Sensual! 
Julio (sentencioso) Tu obra es la patología de la parálisis intelectual de este pueblo. 
Roberto (con elogio) ¡La tuya es el monumento levantado a su hiperbólica imbecilidad! 
Julio (nostálgico) Nosotros debimos nacer en el país del mármol, en la divina Grecia; y sólo por aberración del destino hemos nacido en el país de la piedra, en el país del más estúpido de los minerales!

Julio Herrera y Reissig









13 feb 2013

EL SUCESOR / Ángeles de Irisarri


Los tres eunucos porfiaron en la torre alta, sin derramar una lágrima, ante al cadáver de su señor, sin llamar a los médicos para que atendieran al mayor señor de al-Ándalus, sin dar voz a las esposas del muerto para que se presentaran a llorar al marido, sin rezar siquiera una oración por el alma inmortal de Abderramán II. 
   Lo harían luego, naturalmente, porque en ese momento estaban muy ocupados. Pues que Mufrich, Sadun y Qasim, ellos tres en solitario y sin pedir favor a Alá, pretendían hacer lo que no había hecho el emir en su luenga vida —que no pensó en que, un día u otro, tendría que morir como cualquier nacido de mujer—, y po­nerse de acuerdo sobre cuál de sus hijos habría de sucederle, tal pretendían. 
   Mufrich sostenía que aquel mismo día había hablado con el emir del negocio de la sucesión y que le había mandado llamar a Muhammat, el hijo de Buhair, para procla­marlo heredero cuanto antes, pero que Alá, el único que dispone sobre la vida y la muerte, se lo había llevado sin darle tiempo, y quería que los otros dos eunucos se suma­ran a la propuesta que había de hacer de inmediato a toda la servidumbre del palacio: que fuera Muhammat el nue­vo emir. 
   Pero los otros, como se habían aliado con la sultana al-Shifa, y esperaban de ella una espléndida recompensa, se manifestaron a favor de al-Mutarrif, dispuestos, además, a entrar en la casa a gritar la mala nueva. 

El caso es que uno por el uno, los otros por el otro, estuvieron discutiendo mucho rato. A más, convinieron en que Nars algo tendría que decir sobre tan importante asunto, y Qasim salió a llamarlo. Pero hizo mal en abandonar la posición porque las palabras vuelan con el viento y corrieron con él, pese a que no abrió la boca....                                                                      

31 ene 2013

Yukio Mishima / La corrupción de un ángel


El mar de la fertilidad 

Capítulo 15

Tôru tampoco tenía que trabajar al día siguiente. Pasó la jornada viendo una película y contemplando los barcos en el puerto. Su turno empezaría a las nueve de la mañana siguiente.
   Tras diversos tifones el cielo de las postrimerías del verano desplegaba por vez primera nubes estivales. Se mostraba más atento que de costumbre a las nubes, pensando que éste sería su último verano en la estación de comunicaciones. 
   El cielo de aquella tarde era bello. Filas de nubes se hallaban suspendidas sobre el océano, como si fuera el mismo dios de las tormentas. 

Pero el inmenso bosque anaranjado de nubes estaba decapitado por otra capa de nubes. Aquí y allá los potentes músculos de las nubes de tormenta enrojecían de timidez y el cielo vertía sobre ellos una avalancha de intensos azules. Esta capa era oscura y relucía como un arco radiante. 
   Era la capa de nubes más próxima y más alta. En una perspectiva exagerada, las capas que seguían detrás parecían descender en escalones más allá del cielo claro. Quizás, pensó Tôru, era un fraude perpetrado por las nubes. Quizás las nubes, a través de un juego de perspectivas, estaban engañándole. 
   Entre las nubes, como antiguas figuras de guerreros en arcilla blanca, había algunas que semejaban dragones retorciéndose airada y tenebrosamente hacia las alturas. Algunas, al perder su forma, se teñían de rosa. Luego se separaban en suaves rojos, amarillos y púrpuras y perdían sus poderes borrascosos. El rostro blanco y resplandeciente del dios había cobrado el tinte ceniciento de la muerte.

25 ene 2013

Historia de un encargo: "La catira" de Camilo José Cela / Guerrero, Gustavo


CELA EN SUDAMÉRICA
Una aventura con la mar por medio (mayo-noviembre de 1953)

El 6 de diciembre de 1953, desde las páginas del semanario El Español, Juan Aparicio López saludaba alborozado el regreso de Camilo José Cela a Madrid. Sin escatimar elogios, el entonces director general de Prensa de la dictadura franquista ponía de relieve el importante papel que el joven escritor había desempeñado durante su reciente gira por Colombia, Ecuador y Venezuela. «Al Federico García Sanchiz que hace las Américas por su cuenta y riesgo», afirmaba, «has sucedido tú con un nuevo arquetipo de misionero civil de la España de Francisco Franco, mas también por tu cuenta y riesgo.» Y añadía a renglón seguido: «Ya en Quito, ya en Caracas, ya en Bogotá, allí van asimismo los toreros, has sido no esa cosa fea que es el intelectual a secas sino esa cosa cálida, caliente, que es el español de tomo y lomo, tan capaz de lucir un frac con cremallera en ciertos sitios pudibundos pero aureolado por la Encomienda de Isabel la Católica pendiente al cuello, como de recitar un poema, volar por la selva o pegar un puñetazo.» No sé qué era más relevante en tan contundente saludo, si el ataque contra el académico García Sanchiz, o la bienvenida y las loas para Camilo José Cela. Probablemente, una y otras, o acaso algo más – ¿por qué no?– que hoy se nos escapa por completo. Confieso que no son muchas mis luces sobre la cocina política de El Español en esos años, pero sí creo que Juan Aparicio López dice algo cierto cuando subraya un aspecto esencial de aquella aventura sudamericana de Cela, que luego el tiempo ha ido borrando, o como relegando al olvido. Me refiero a la compleja naturaleza de un viaje que fue a la vez personal y oficial, turístico y diplomático, literario y político. En efecto, basta acercarle un poco la lente y mirarlo con cuidado, para descubrir que sus facetas fueron sumamente variadas, casi tanto como las diversas peripecias que le van ocurriendo al celebrado novelista en Sudamérica. Éste, según avanza la gira, pareciera irse fundiendo en esa misma diversidad al descomponerse en un rosario de proteicos avatares que tratan de compendiar roles y posturas distintas.

Así, será, simultánea o sucesivamente, huésped de honor de la Colombia de Laureano Gómez y/o enviado especial de Informaciones de Madrid, o joven adalid del tremendismo literario y/o nuevo adelantado de la Hispanidad y las políticas culturales de Alberto Martín Artajo, el ministro español de Asuntos Exteriores de la época.

Por asombroso que parezca, de todo ello no queda mayor traza ni en los múltiples y fragmentarios relatos autobiográficos redactados por el novelista gallego –de La cucaña (1959) a Memorias, entendimientos y voluntades (2001) – ni en las diferentes biografías que se le han consagrado –de Cela, mi padre (1989) de Camilo José Cela Conde a Cela, el hombre que quiso ganar (2003) de Ian Gibson–. Hoy por hoy, con diferentes matices y colores, la versión más socorrida de aquel cruce del Atlántico hace de él una precaria y azarosa excursión –otro «vagabundaje» celiano– que habría que situar en una línea de trabajo análoga a la que preside los libros de viaje del autor. Digamos, para ser más claros, que sería algo así como una prolongación ultramarina de sus aventuras de escritor libertario que, de pronto, y sin que se sepa muy bien por qué, echa a andar por los caminos. Tal es la imagen que se desprende, por ejemplo, de la serie de croniquillas que, a la manera del Viaje a la Alcarria (1948), Cela redacta durante la gira para Informaciones. Y no es otra la que nos ofrece su hijo cuando escribe que «en el mes de mayo de mil novecientos cincuenta y tres, mi padre cruzó el Atlántico a bordo de un avión de hélice, con cien pesetas en el bolsillo y un divieso en la nalga izquierda». Cela Conde va todavía más lejos: «El joven y ya famoso escritor español sobrevivió en Colombia, Ecuador y Venezuela como los soldados de la gloriosa Infantería: a fuerza de improvisar sobre el terreno con los recursos que le iban saliendo al paso.»

Huelga insistir en que los demás biógrafos apenas se apartan de esta versión y describen el viaje como una improvisada gira de conferencias, o como la odisea de un gallego que se va a hacer las Américas. Nada se dice así de las invitaciones ni las recepciones diplomáticas, nada delas entrevistas con presidentes y dictadores, nada de los escenarios de una operación de prestigio en pro de la política internacional del franquismo.

De lo que sí se habla –y mucho– es de la famosa Catira, la novela que le contrata el gobierno del dictador Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. Pero también con este asunto del millonario encargo se plantea un problema de perspectiva, pues, como se le describe al margen de sus contextos históricos originales, se le hace ver ya como una peripecia más, ya como una joya solitaria o un soberbio golpe de suerte. De hecho, para algunos biógrafos, es casi como el merecido trofeo que viene a coronar una audaz y accidentada expedición. Bien lo sugiere Cela Conde cuando, hilando su metáfora seiscentista, escribe: «Venezuela supuso para mi padre encontrar su El Dorado personal.» Extrapolado, y luego reinterpretado en clave de leyenda, el affaire de la novela venezolana acaba inscribiéndose así en el espacio de uno de esos tantos mitos a los que suelen recurrir las biografías en busca de precisión y sentido –y también, no hay que olvidarlo, de cierta ejemplaridad.

Sin embargo, como ocurre a menudo con las cosas de Camilo José Cela, la realidad parece haber sido, ya lo he dicho, bastante más compleja, y además, como lo veremos enseguida, mucho más interesante.

16 ene 2013

Noticias sobre el arte musical en Caracas/ Arístides Rojas (1826-1894)


Los datos más antiguos que hemos visto publicados respecto del estudio de la música en Caracas, remontan a los principios del siglo último, 1712, época en la cual se estableció una escuela particular de solfeo, y de 1750 a 1760 en que los primeros músicos fundaron una sociedad llamada La Filarmónica, en la cual figuraba en primera escala el señor don J.M. Olivares. Pero el estudio del arte musical en Caracas es todavía más antiguo. La primera escuela de canto llano fue fundada por el Cabildo Metropolitano el 2 de abril de 1640, tres años después de haber sido construida la primera catedral. El sueldo que se fijó a este profesor fue de 50 pesos anuales. En la Catedral de Coro no hubo músicos, más en Caracas fue nombrado en 1659 como músico cantor el padre Miguel Giménez de Aguilar. El año siguiente, 1660, cantó en el coro alto de catedral el primer- tenor José Fernández Mendoza, y desde esta fecha continuaron como cantores y organistas, en las fiestas solemnes de la Metropolitana, los pocos músicos que para aquel entonces existían en Caracas. El primer maestro de capilla que tuvo la misma catedral, fue el padre Gonzalo Cordero, nombrado en 1671, con el sueldo anual de 300 pesos, y la obligación de enseñar la música, y sobre todo, el órgano y el canto llano. 

En las constituciones del colegio Seminario, hechas en 29 de agosto de 1696, y confirmadas por el rey de España en 17 de junio de 1698, se ordena que el maestro de música ocurra a las diez de la mañana a dar lección de canto a los seminaristas; y según el testimonio de un título de maestro de capilla despachado por el obispo Baños, a favor de don Francisco Pérez Camacho, en 21 de abril de 1687, se le asignó a este profesor el sueldo anual de 200 pesos de las rentas de la fábrica de la iglesia, imponiéndole la obligación de enseñar el órgano y canto llano a los que quisieran aprenderlo. En virtud de este título, el maestro de capilla se intitulaba entonces Catedrático de Música del Real Colegio Seminario, según vemos en certificaciones de aquella época. En 1722 el obispo Escalona dotó en 50 pesos de los fondos del Seminario al profesor de música. La clase de canto llano y de órgano que tuvo el Seminario fue anexa a la Universidad de Caracas desde 1727 y continuó en este instituto hasta que en 1854 quedó separada del antiguo Seminario. 

Los primeros órganos que tuvo la Catedral de Caracas vinieron de Santo Domingo o de España; más el órgano grande, el único que ha perdurado y se conserva es obra caraqueña. Fue construido en 1711 por el francés don Claudio Febres, quien recibió, según contrata, 1.500 pesos, más 200 que le regaló el cabildo. 

Para 1775 la orquesta del coro alto de la catedral se componía ya de algunos músicos. En 1778 aparece el cabildo recibiendo de España algunos instrumentos como violines y bajos. El primer clavecino de catedral llega en 1787. Era la época en que figuraban como maestros de capilla distintos miembros de una familia en la cual el genio músico pasó de padres a hijos: nos referimos a la familia Carreño. En 1774 es nombrado maestro de capilla el Pbro. Don Ambrosio Carreño, en 1789 el Pbro. Don Alejandro Carreño, más tarde don Cayetano Carreño, al cual sucedió uno de sus hijos. En 1797 el cabildo pagó al maestro Cayetano Carreño 90 pesos por varias obras musicales que se ejecutan aún. 

En la época de los Carreños fue cuando el arte musical de Caracas llegó a tomar incremento, debido a los esfuerzos unidos de nacionales y extranjeros. Bajo la iniciativa de Olivares, los Carreños, Velásquez, Blandín y el padre Sojo, el círculo filarmónico apareció con tendencias más elevadas. Los señores Sojo y Blandín reunían en sus haciendas de Chacao a los aficionados de Caracas, y este lazo de unión fortaleciendo el amor al arte, llegó a ser el verdadero núcleo de la música moderna. El padre Sojo, de la familia materna de Bolívar, espíritu altamente progresista, después de haber visitado a España, a Italia y en ésta sobre todo, Roma, en los días de Clemente XIV, regresó a Caracas, con el objeto de concluir el Convento de Neristas que a sus esfuerzos levantara y del cual fue prepósito. El convento se abrió en 1771. El señor Blandín era hijo de un respetable francés, don Lázaro Blandín, enlazado por los años de 1745 a 1757 con la antigua y distinguida familia Blanco-Valois. Educado en Francia con su hermano don Domingo, ambos llegaron a figurar en la sociedad caraqueña, por sus méritos; pero mientras que el último se dedicó a la Iglesia y llegó a ser canónigo de la catedral de Caracas, don Bartolomé se dedicó a la agricultura y al incremento del arte musical. Por lo que respecta a los señores Carreños, Olivares y Velásquez, estos respetables caballeros, dedicados por completo al ejercicio y ensanche de la música, contribuían con sus talentos y trabajos al pensamiento del padre Sojo, centro entonces de los artistas caraqueños. 

Las primeras reuniones musicales de Caracas se verificaron en el Convento de Neristas y en Chacao, bajo las arboledas de “Blandín” y de “La Floresta”. El primer cuarteto fue ejecutado a la sombra de los naranjos, en los días en que aparecían sobre los terrenos de Chacao los primeros arbustos de café, en 1785. A estas tertulias musicales asistían no sólo muchos señores de Caracas, sino también parte del bello sexo, pues el señor Blandín tenía dos hermanas que unían al atractivo de una educación esmerada, y a sus virtudes domésticas, bella voz y conocimientos no comunes del arte musical. 

En 1786 llegaron a Caracas dos naturalistas alemanes, los señores Bredemeyer y Schultz, los cuales comenzaron sus excursiones por el valle de Chacao y vertientes del Ávila. Al instante hicieron amistad con el padre Sojo; y la intimidad que entre todos llegó a formarse, fue de brillantes resultados en el adelantamiento del arte musical. Por lo cual agradecidos los viajeros, a su regreso a Europa en 1789, después de haber visitado otras regiones de Venezuela, remitieron al padre. Sojo algunos instrumentos de música que se necesitaban en Caracas, y partituras de Pleyel, de Mozart y de Haydn. Era ésta la primera música clásica que vino a Caracas, la cual sirvió de modelo a los aficionados, que muy pronto comprendieron las bellezas de aquellos autores. 

Entre los profesores y aficionados figuraban en primer término Olivares, Carreño y Velásquez (J. Francisco), compositores y ejecutantes, espíritus de iniciativa que supieron vencer con sus talentos las dificultades. Después de éstos seguían Velásquez, hijo, Caro, Villalobos, Meserón, Montero, Gallardo, los Landaeta, Mármol, Isaza, Pereira, Pompa, el profesor Rodríguez, de mucho renombre, y Lamas, el más joven de todos. Conocían muchos de ellos el violín, el clavecino, el órgano y más tarde el piano; y casi todos han dejado composiciones de mérito. Cuando se celebraban en Caracas los funerales de Carlos IV, el oficio de difuntos fue obra del primero de los Velásquez. Los primeros pianos-clavecinos llegaron a Caracas en 1796. 

A estos profesores se incorporaron como aficionados Esteban Palacio, tío de Bolívar, Blandín, Sojo, Domingo Tovar y los hermanos Francisco Javier y Gerónimo Ustáriz, todos ellos ejecutantes. Aún se conserva la misa compuesta por Francisco Javier Ustáriz. 

En aquel entonces existía en Caracas una familia que reunía en su tertulia a los hombres de letras de la capital y a los amantes del arte musical; la familia Ustáriz que para unos y otros abría sus salas y sabía estimular las bellas aptitudes intelectuales con el ejemplo y con la más distinguida cortesía. La familia Blandín tenía igualmente sus veladas musicales, las cuales frecuentaban los más conocidos profesores y aficionados. Humboldt que asistió, durante su permanencia en Caracas, a estas diversas reuniones y apreció los adelantos musicales de la capital, les dedica un recuerdo bastante satisfactorio: “He encontrado en muchas familias de Caracas, dice, gusto por la instrucción, conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana, y notable predilección por la música, que es cultivada con éxito y que reúne, como hace la cultura de las bellas artes, los diversos círculos de la sociedad”. 

La banda marcial del batallón de la Reina se formó en Caracas afines del último siglo. Fue su director un joven francés de mucho talento musical y práctico, el señor Marquís, que desarrolló el gusto de la música. El estudio de las obras musicales de aquella época, encierra bellezas que nadie podría negar. En casi todas descuella la inspiración y el buen gusto, sobre todo en las composiciones religiosas calcadas en los modelos de Mozart y de Haydn. Puede decirse que muchas tienen un carácter imitativo, que es la primera manifestación del talento artístico, en los países que no han tenido escuela, y en los cuales el genio se ha abierto paso al través de mil dificultades y contratiempos. 

Con la revolución de 1810, el arte musical pareció tomar nuevo vuelo. Para esta fecha habían muerto el padre Sojo, Olivares y otros; pero habían surgido nuevos discípulos. En 1811 se verifica el primer certamen musical iniciado por el señor Landaeta. En aquellos días el profesor Rodríguez enseñaba la música en la Academia del señor Vanlosten que desde fines del siglo pasado era el núcleo ilustrado de la juventud caraqueña. 
 

©2011 El Bípedo Implume | FuuTheme diseñado por Fuutec | Ir arriba ↑