28 may 2012

Torcuato Luca de Tena / ASPASIA DE MILETO


Aspasia, amante de Pericles, representada en un oleo por Marie-Genevieve Bolulard.1794.Museo de Bellas Artes, Arras.

Si un trozo del Sol cayese de pronto sobre el ágora de Atenas y cegase con sus resplandores a cuantos allí estuviesen, la sensación producida en la multitud no sería mayor que la que yo causé al llegar a este lugar, a los veinticinco años de edad, en el esplendor de mi belleza y experiencia, un día de otoño del año tercero de la ochenta y una Olimpiada. Había yo adquirido la víspera una esclava lindísima, de raza negra, llamada Nubia (al igual que el país del que procedía), de buenos modales, inteligencia harto despierta, que aún no conocía el amor, y cuya mayor virtud era no saber dejar de sonreír. Con todo, su belleza, aun siendo mucha, no era tanta como para eclipsar la mía...

… No creo que haya de esforzarme en convencer a nadie que a partir de aquel día fui la sensación de Atenas. Una forastera rica, bella e inteligente, sola, con casa propia, era de por sí un enigma interesante. Y tuve la virtud de saber explotar tanto mi enigma como mi hermosura, así como la incomparable simpatía y gracia de Nubia, mi esclavita negra. He seleccionado estos dos episodios de mis primeros días en Atenas, porque marcan la pauta de lo que, pasando los años, habría de ser la clave para mi ambivalente conducta: aumentar por igual las arcas de mis dineros y de mi sabiduría. Procuré que mis primeros amantes fueran ricos y forasteros, y mis primeros amigos, atenienses y sabios. Salmanasar y Sócrates fueron la cara y la cruz de una misma moneda: los paradigmas opuestos de mis ambiciones encontradas.



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