12 may 2012

EL ERROR DE NARCISO / Louis Lavelle


Eco, hija del aire, amaba a Narciso con tanta pasión, que le seguía por doquier, al bosque, a la caza, junto a las fuentes, en los más alejados desiertos, con la esperanza de arrancarle una palabra favorable, una mirada cariñosa, una prueba de afecto. Trabajo inútil: un obstinado desdén era el único premio a tales desvelos. Abatida por la tristeza y llena de vergüenza por haberse rebajado a tantas tentativas humillantes, Eco se retiró a lo más intrincado de los bosques, escogió por morada los antros y cavernas y cayó en tal estado de agotamiento y flaqueza, que no le quedaron más que los huesos y aun estos fueron metamorfoseados en peñascos, no quedando de ella, al fin, sino su voz. Narciso, doncel de rara belleza, era hijo del río Cefiso y de la ninfa Liriope. Al venir al mundo, su madre consultó al adivino Tiresias cuál sería el porvenir de este niño y obtuvo por respuesta “que Narciso llegaría a edad avanzada si no se daba jamás cuenta de su belleza”. Un día que andaba por el monte, advertido de que su imagen se reflejaba en una fuente de aguas límpidas, se enamoró de su figura y no quiso ya alejarse del espejo que le ofrecían las aguas. Cuanto más se contemplaba, mayor era su loca pasión: Narciso, entonces, suspiraba, tendía los brazos hacia el objeto amado, esforzábase por cogerlo y abrazarlo y derramaba abundantes lágrimas de despecho y de dolor. Inmóvil de día y de noche junto a la fuente, se consumió de inanición y melancolía. Al descender las ninfas desde las montañas vieron a Narciso en el momento mismo en que acababa de expirar y, sin poder contener sus gemidos de dolor, se dispersan por toda la comarca y congregan a grandes gritos a sus compañeras para que acudan a celebrar los funerales en memoria de su amigo. Coronadas de ciprés, se adelantan lentamente hacia la fuente fatal, pero ya no encuentran allí el cuerpo de aquél a quien tanto lloran. En su lugar había brotado una nueva flor que llaman narciso y que fue consagrada a Plutón, a Proserpina y a las Eufeménides.
(Mitología griega y romana. J. Humbert p. 244-5. Editorial Gustavo Gili, Barcelona).

EL ERROR DE NARCISO / Louis Lavelle / CAPÍTULO PRIMERO

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