Introducción
22 dic 2015
La idiotez de lo perfecto / Jesús Silva-Herzog Márquez
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Introducción
Ofrezco
aquí una mano de retratos. Ensayos sobre cinco hombres que, en la segunda
franja del siglo XX, pensaron la política. No sugiero que estén aquí los cinco
picos del siglo. Si el criterio fuera orográfico, muy distinta sería la
galería. No los reúne una causa común, un temperamento, una desdicha. En la
elección de estos bocetos se asoman, más que los rigores de un catedrático, los
caprichos de un lector. Un jurista, un biógrafo, un profesor, un historiador,
un poeta. Carl
Schmitt, Isaiah Berlin, Norberto Bobbio, Michael Oakeshott, Octavio Paz. Ninguno de ellos, adelanto desde ahora, encaja en
casilleros de ángulos rectos: un socialista desesperanzado, un conservador
aventurero, un abogado que abandera la ilegalidad, un solitario con nostalgia
de fraternidad, un liberal atribulado. Si el hilo entre ellos no está en sus
ideas ni en su talante, el puente que los enlaza podría encontrarse tal vez en
la entidad de sus preguntas. Columpiándose entre la definición y la metáfora,
en poemas y ponencias, por caminos del recuerdo o la imaginación (que según
Hobbes son la misma cosa), estos autores buscaron la médula. Cada uno a su modo
afrontó los misterios centrales de la política. ¿Es una espada que da sentido a
la existencia o un simple entretenimiento cruel? ¿Es el mando eficaz que mueve
al mundo o el espectáculo con el que encubrimos nuestra impotencia?¿Cabeza o
cola de la historia? ¿Plaza de conciliación o campo de guerra? ¿Esperanza
civilizatoria o bestia indomable? Quiero decir que la inteligencia de estos
hombres no rozó la superficie. Escarbando la piel de la ley y los gobiernos,
cada uno de ellos montó una mirilla para examinar las raíces de la política: la
naturaleza de la historia y el poder; el sitio de la razón, el olfato, la
invención; la potencia de las reglas y la voluntad; la forma de la democracia;
el sitio del hombre entre otros hombres. Para alguno, la mano de la política no
puede más que sujetar una granada para lanzarla al enemigo con la esperanza de
destrozarlo. Para otro, la política es una pelota con la que nos entretenemos
mientras el tiempo pasa. El dedo índice apretando el gatillo de un arma mortal
o sosteniendo apaciblemente una taza de café. Bomba o canica, la política puede
encender el dramatismo de la guerra o acoger la inutilidad del juego. Juego o
guerra, la política que dibujan estos autores es una manera de lidiar con la
imperfección. No hay asomo en ellos de utopías, de paraísos perdidos o por
ganar. Ningún atajo al fin de los tiempos. La política llevará siempre las
marcas fastidiosas de la fuerza, el azar y el conflicto, tercos aguafiestas de
la perfección.
18 nov 2015
Psicopolitica - Byung-Chul Han
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Big Data
El huevo de Colón
Bentham compara su panóptico con el huevo de Colón. Debe
ser aplicado, según Bentham, a todos los entornos disciplinarios de reclusión
ya que posibilita una vigilancia muy eficiente de los reclusos.41 Bentham
considera que su panóptico representará un hito dramático en el orden social: «
¿Qué diría si mediante la gradual adopción y diversificada aplicación de este principio,
viese un nuevo Estado extenderse sobre el rostro de la sociedad civilizada?».42
¿Acabará mostrándose también el Big Data como
el huevo de Colón de la sociedad de control digital, que es más eficiente que el
panóptico benthamiano? ¿Será el Big
Data realmente capaz no solo de vigilar el
comportamiento humano, sino también de someterlo a un control psicopolítico? ¿Se
asoma de nuevo un drama totalmente inesperado en el rostro de la sociedad
civilizada?
El Big
Data posibilita, sin duda, una forma de
control muy eficiente. «Le ofrecemos una visión de 360 grados sobre sus clientes»,
es el eslogan de Acxiom, la empresa americana de big data.
Ciertamente, el panóptico digital posibilita una visión de
360 grados sobre sus reclusos. El panóptico benthamiano está sujeto a una óptica
perspectivista. De ahí que sean inevitables los ángulos muertos en los
que los deseos y pensamientos secretos de los presos pasan desapercibidos.
La vigilancia digital es precisamente más eficiente porque
es aperspectivista. No tiene la limitación que es propia de la óptica analógica.
La óptica digital posibilita la vigilancia desde todos los ángulos. Así,
elimina los ángulos muertos. Frente a la óptica analógica, perspectivista,
puede dirigir su mirada incluso hacia la psique…
11 ago 2015
El cantar de los Nibelungos - Anónimo
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En El cantar de los Nibelungos se narra la gesta de Sigfrido, un cazador de dragones de la corte de los burgundios, quien valiéndose de ciertos artificios consigue la mano de la princesa Krimilda. Sin embargo, una torpe indiscreción femenina termina por provocar una horrorosa cadena de venganzas. El traidor Hagen descubre que Sigfrido es invulnerable, por haber sido bañado con la sangre de un dragón, salvo en una pequeña porción de su espalda donde se depositó una hoja de tilo y la sangre no tocó su piel.
22 jun 2015
En el enjambre, de Byung-Chul Han
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Prólogo
Ante el
vertiginoso crecimiento del
medio electrónico, Marshall
McLuhan, teórico de los medios,
advertía en 1964:
«La tecnología eléctrica
ya está dentro de nuestros muros y estamos embotados,
sordos, ciegos y mudos ante su encuentro
con la tecnología de Gutenberg».1 Algo semejante sucede hoy con el
medio digital. Somos
programados de nuevo
a través de
este medio reciente, sin que
captemos por entero el cambio radical de
paradigma. Cojeamos tras
el medio digital, que,
por debajo de la decisión
consciente, cambia decisivamente nuestra
conducta, nuestra percepción, nuestra sensación, nuestro
pensamiento, nuestra convivencia. Nos
embriagamos hoy con
el medio digital, sin
que podamos valorar
por completo las consecuencias de
esta embriaguez. Esta
ceguera y la simultánea obnubilación constituyen la
crisis actual.
NOTAS
1. M. McLuhan, Comprender los
medios de comunicación. Las
extensiones del ser
humano, Barcelona, Paidós, 1996, p. 38
22 abr 2015
Apenas Seis Números, de Martin Rees
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Martin Rees; en su libro, Apenas Seis Números, hace una lista de seis constantes, que se cree que se mantienen en todo el universo. Cada uno de esos seis números está finamente sintonizado en el sentido de que, si fuese ligeramente diferente, el universo sería totalmente diferente y presumiblemente inamistoso hacia la vida.*
Un ejemplo de los seis números de Rees, es la magnitud de la llamada “fuerza intensa”; la fuerza que mantiene unidos a los componentes del núcleo del átomo: tenemos que sobreponernos a esta fuerza nuclear cuando “dividimos” al átomo. Es medida como E, la proporción de la masa de un núcleo de hidrógeno que es convertida en energía cuando el hidrógeno se fusiona para formar helio. El valor de este número en nuestro universo es 0,007, y luce como si tenía que estar cerca de este valor para que cualquier química (que es un prerrequisito para la vida) pudiese existir. La química; como la conocemos, consiste de la combinación y recombinación de más o menos noventa elementos de la tabla periódica que ocurren naturalmente. El hidrógeno es el más simple y el más común de todos los elementos.
Todos los demás elementos que existen en el universo están hechos esencialmente de hidrógeno mediante la fusión nuclear. La fusión nuclear es un proceso difícil que ocurre en las condiciones intensamente calientes del interior de las estrellas (y en las bombas de hidrógeno). Estrellas relativamente pequeñas; como nuestro sol, sólo pueden fabricar elementos livianos como helio; el segundo más liviano en la tabla periódica después del hidrógeno.
Son necesarias estrellas más grandes y más calientes para desarrollar las altas temperaturas necesarias para forjar a la mayoría de los elementos más pesados; en una cascada de procesos de fusión nuclear, cuyos detalles fueron descifrados por Fred Hoyle y dos colegas (una hazaña por la cual; misteriosamente, a Hoyle no se le permitió compartir el Premio Nóbel recibido por los otros)
Estas grandes estrellas pueden explotar como supernovas, regando sus materiales; incluyendo a los elementos de la tabla periódica, en nubes de polvo. Estas nubes de polvo eventualmente se condensan para formar nuevas estrellas y planetas, incluyendo al nuestro. Esto es porqué la Tierra es rica en elementos por encima y más allá del ubicuo hidrógeno: elementos sin los cuales, la química y la vida, serían imposibles.
El punto relevante aquí es que el valor de la fuerza intensa determina crucialmente cuán lejos; hacia arriba en la tabla periódica, puede ir la cascada de fusión nuclear. Si la fuerza fuerte fuese demasiado pequeña; digamos, 0,006 en vez de 0.007, el universo no contendría más nada, sino puro hidrógeno, y ninguna química interesante podría ocurrir. Si fuese demasiado grande; digamos 0,008, todo el hidrógeno se hubiese fusionado para formar elementos más pesados. Una química sin hidrógeno no podría generar vida como la conocemos. Por decir solo una cosa; no existiría el agua. El valor Goldilocks—0,007—es exactamente correcto para producir la riqueza de elementos que necesitamos para una interesante química capaz de soportar a la vida.
No iré a través del resto de los seis números de Rees. El punto final para cada uno de ellos es el mismo. El número actual se sienta en una banda de valores Goldilocks, fuera de la cual la vida no hubiese sido posible. ¿Cómo respondemos a esto?
Richard Dawkins en El Principio Antrópico: Versión Cosmológica / El Espejismo de Dios
* Digo “presumiblemente”, en parte porque nosotros no conocemos cómo podrían ser diferentes formas de vida extraterrestre; y en parte porque es posible que cometeríamos un error si consideramos sólo las consecuencias de cambiar una constante a la vez. ¿Podrían existir otras combinaciones de seis números que resulten ser también amigables a la vida, en formas que nosotros no descubriríamos si las consideramos una a la vez? De todas maneras, Debo proceder, por simplicidad, como si realmente nosotros tuviésemos un gran problema para explicar la aparente fina entonación de las constantes fundamentales.
2 feb 2015
“La noche que Bolívar traicionó a Miranda” – J. J. Armas Marcelo
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En
sus ratos de tristeza al general Miranda le gustaba refugiarse en los recuerdos
de Sonia Ostroversky en San Petersburgo. Sonia desnuda tocando al piano para
él, oyente solo, espectador único, alguna parisina de Franz Joseph
Haydn. Pero la Sayona le había descubierto su truco para rechazar las penas, se
disfrazaba de Sonia y le interrumpía el placer. Entonces, al general Miranda se
lo llevaban los demonios cuando notaba que la Sayona venía otra vez a buscarlo.
Era una ligerísima corriente de aire gélido que le atería el corazón. De
repente, casi al final de la vida, se daba cuenta de que se había vuelto viejo
y que todos esos achaques supersticiosos formaban parte de la edad.
Todo
empezó una tarde en la que, al regresar a Venezuela después de cuarenta años y
seis supervivencias, vio en plena batalla que todos los que le rodeaban en su
tienda de campaña de generalísimo eran mucho más jóvenes que él. La suerte de
la vida que le había consagrado en su primera infancia Eulalia Rita, la ya
vieja esclava de la familia que entonces ejerció de sacerdotisa en su ritual de
iniciación a la inmortalidad junto a Marta Manuela, Juana Etelvina, María del
Magdalo, Cayo Epícteto, Andrés Antonio, Marco Evangelista y Úrsulo del Carmen,
sus otros esclavos domésticos, parecía empezar a abandonarlo en los últimos
tiempos. “¡Qué vaina horrible, carajo, se me ha caído el viejo encima!”, se
dijo inquieto.
Era
julio esa noche en la que intuyó cercana la sombra de la Sayona, al otro lado
del espejo frente al que reflexionaba sobre la rendición de sus tropas ante los
ejércitos españoles de Monteverde. No hubo otro remedio, porque todo el mundo
podía ver que lo había hecho para evitar una mayor matazón de la tropa de la
república. “Los habrían aplastado uno a uno”, se dijo con la voz rasposa,
cerrando los nudillos de las manos y dejándolas caer sobre la cómoda de caoba
delante del espejo. Pero los mantuanos de Caracas no iban a entenderlo así y el
general lo sabía. Desde la expedición del Leander, unos años antes de ahora, no lo trajeron
desde Europa para la rendición, sino como jefe militar para la libertad del
país. Sabía también que nunca habían dejado de intrigar contra él. En los
salones nobles de la casa del pez que escupe el agua y en otros palacetes
criollos de Caracas, los amos del Valle lo habían perseguido a lo largo y ancho
del mundo, desde su primer viaje a España hasta Vladivostok, convertido ya en
coronel ruso junto a Catalina la Grande y Potemkin. Ahora estaba seguro de que iban
a acusarlo de lo que lo habían acusado toda la vida, del peor de los pecados de
un patriota, del peor de los actos de un alto jefe militar, del más horroroso
de los crímenes que puede cometer un republicano convicto, confeso y libre: la
traición a su propio país.
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