19 feb 2013

Prolegómenos de una Epopeya Crítica (A la manera de Platón) /Julio Herrera y Reissig



(Un salón alhajado con muebles Luis XV. Reina una luz suave. En un ángulo un busto de Atenea. En las paredes varios motivos de Watteau. Roberto en un diván con aire de pereza. Julio indiferente echado sobre un cojín, fumando un cigarrillo, y aureolando con el humo las redondeces de una Bacante. Sobre una mesa de plata un manuscrito próximo a imprimirse de Roberto y Julio.) 

Julio (galante) Has metodizado una carcajada. 
Roberto (complicado) Has cincelado un insulto. 
Julio ¡Hemos nacido, como Minerva, de la cabeza del Dios del rayo! 
Roberto (con modestia) El rayo es como nosotros… 
Julio (Compasivo) Tengamos piedad de este país tan niño, que se halla en formación geológica, en proceso de levantamiento, surgiendo lentamente de la matriz de las aguas. 
Roberto (dirigiendo una mirada al manuscrito que está sobre la mesa) ¡Nosotros apresuramos su levantamiento! 
Julio Has desgarrado en este país con tu sátira mordedora, con tu dentellada Byroniana la obra de los hombres, ¡oh, Anaxágoras! 
Roberto Y tú la de Dios mismo, ¡oh, Satán! 
Julio (con altivez) Provoco el aplauso de los insultos; ¡amo la popularidad del odio! 
Roberto Pienso como tú, oh Byron. ¿No sería acaso humillar a Epicuro y a los más grandes libertinos connubiar con la Euménide? 
Julio (con gravedad) ¡Somos los malditos! 
Roberto (sonriendo) ¡Los insolentes! 
Julio Tu obra, tu burla orquestal es una ópera en prosa. 
Roberto (ingenuo) ¿Como las de Flaubert…? 
Julio (exaltado) ¡Eres un camafeísta del insulto! 
Roberto (con vehemencia) ¡Eres un poeta en erupción! 
(Un silencio) 
Roberto Hemos insultado a la América del Sur, desde el Uruguay hasta el istmo de Panamá. 
Julio (Reflexivo) Un insulto de […] 
Julio: (con fiereza) Hemos desatado la lengua a la Verdad; somos los fundadores de la libertad del espíritu. ¡Podemos prestar a Richepin la dinamita del insulto! ¡Desafiaremos al Pampero arrojándole nuestro libro para que luche con él! 
Roberto (con épico arranque, aludiendo al «Sueño de Oriente» y a «Las Cantáridas» de Julio Herrera y Reissig) Cristo hizo la Revolución Social, Lutero la religiosa, Voltaire la crítica, Danton la política, Darwin la científica, Comte la filosófica, Wagner la musical, Marx la económica, Baudelaire la literaria. ¡Nosotros, la Revolución Sensual! 
Julio (sentencioso) Tu obra es la patología de la parálisis intelectual de este pueblo. 
Roberto (con elogio) ¡La tuya es el monumento levantado a su hiperbólica imbecilidad! 
Julio (nostálgico) Nosotros debimos nacer en el país del mármol, en la divina Grecia; y sólo por aberración del destino hemos nacido en el país de la piedra, en el país del más estúpido de los minerales!

Julio Herrera y Reissig









13 feb 2013

EL SUCESOR / Ángeles de Irisarri


Los tres eunucos porfiaron en la torre alta, sin derramar una lágrima, ante al cadáver de su señor, sin llamar a los médicos para que atendieran al mayor señor de al-Ándalus, sin dar voz a las esposas del muerto para que se presentaran a llorar al marido, sin rezar siquiera una oración por el alma inmortal de Abderramán II. 
   Lo harían luego, naturalmente, porque en ese momento estaban muy ocupados. Pues que Mufrich, Sadun y Qasim, ellos tres en solitario y sin pedir favor a Alá, pretendían hacer lo que no había hecho el emir en su luenga vida —que no pensó en que, un día u otro, tendría que morir como cualquier nacido de mujer—, y po­nerse de acuerdo sobre cuál de sus hijos habría de sucederle, tal pretendían. 
   Mufrich sostenía que aquel mismo día había hablado con el emir del negocio de la sucesión y que le había mandado llamar a Muhammat, el hijo de Buhair, para procla­marlo heredero cuanto antes, pero que Alá, el único que dispone sobre la vida y la muerte, se lo había llevado sin darle tiempo, y quería que los otros dos eunucos se suma­ran a la propuesta que había de hacer de inmediato a toda la servidumbre del palacio: que fuera Muhammat el nue­vo emir. 
   Pero los otros, como se habían aliado con la sultana al-Shifa, y esperaban de ella una espléndida recompensa, se manifestaron a favor de al-Mutarrif, dispuestos, además, a entrar en la casa a gritar la mala nueva. 

El caso es que uno por el uno, los otros por el otro, estuvieron discutiendo mucho rato. A más, convinieron en que Nars algo tendría que decir sobre tan importante asunto, y Qasim salió a llamarlo. Pero hizo mal en abandonar la posición porque las palabras vuelan con el viento y corrieron con él, pese a que no abrió la boca....                                                                      
 

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