20 dic 2012

Libro de los virreyes/ Sloterdijk, Peter


Los dirigentes de las expediciones globalizadoras, los virreyes, los almirantes y sus oficiales, junto con sus ideas religiosas llevan también en sí y fuera de sí, a la lejanía, sus ideales dinásticos. Las imágenes introyectadas de los mandantes regios, no de otro modo que sus retratos efectivos, se encargan de que la expansión en el espacio exterior, tanto en instantes críticos como en horas de triunfo, pueda vivirse como una emanación efectiva del centro personal del poder. Catando los responsables de empresas de descubrimiento regresan físicamente o se imaginan sentimentalmente de vuelta realizan gestos exteriores e interiores que confirman su pertenencia al origen europeo del poder. Su actuación es comparable con el comportamiento del rayo de luz platónico, que ha salido del centro para darse la vuelta tras llegar a su punto de reflexión y regresar a su fuente de emisión. En este sentido, todos los conquistadores y descubridores europeos leales están de camino como rayos ejecutivos de lejanos reyes-sol. Incluso los emisarios más rudos del imperialismo en el siglo XIX, los men on the spot, se sentirán portadores de luz al servicio de sus naciones. Si los agentes europeos se presentan como grandes portadores es también porque llevan hacia fuera el brillo dinástico mientras se apoderan de los tesoros de los nuevos mundos en actitud de peones recolectores. Se mueven en la corte de rayos de los sistemas patrios de majestad y todos sus descubrimientos permanecen la mayoría de las veces remitidos a salas de trono y panteones patrios. Lo que se ha llamado la explotación de las colonias testimonia sólo la forma más sólida de unión de los colonizadores a la patria; lo que vale especialmente para los españoles, que desarrollaron una complicada burocracia del pillaje, residuos de la cual pueden examinarse todavía hoy en el Archivo de Indias de Sevilla. El tema del arte del botín es tan antiguo como la globalización terrestre: a comienzos del siglo XVI se expusieron en Antwerpen piezas de oro de los aztecas, sin que nadie hubiera planteado siquiera la pregunta por su dueño legal; Alberto Durero contempló con sus propios ojos esas obras de un arte de otro mundo completamente diferente. 

Sin los iconos interiores de los reyes la mayoría de los dirigentes expedicionarios de la globalización temprana no habrían sabido para quién -excepto para sí mismos- tenían que conseguir sus éxitos; pero, sobre todo, no habrían experimentado a través de qué clase de reconocimiento podían saberse completados, justificados y transfigurados. Incluso las atrocidades de los conquistadores españoles en Sudamérica y Centroamérica son metástasis de la fidelidad a majestades patrias, que se hacen representar en el exterior con medios extraordinarios. Por eso el título de virrey no sólo tiene significado jurídico y protocolario, sino que es, a la vez, una categoría que llega psicopolíticamente al fondo de la Conquista misma. Quedaron sin escribir los libros de los virreyes. Por su causa los reyes europeos están presentes siempre y por doquier en las expansiones externas del Viejo Mundo, aunque ellos mismos nunca visiten sus colonias. Bajo imaginarios baldaquinos de majestad los conquistadores y piratas de los príncipes recaudan su botín; lo que envían a casa es ingresado por los tesoreros de los reyes como un impuesto irregular. En esos felices días de la globalización las riquezas provenientes de ultramar demostraron que el ancho mundo no sigue otra determinación que la de ser obligadamente tributario de las casas europeas. 

En cierto modo esto es verdad también para el rey de reyes espiritual, el Papa, que, como portador de la corona de tres pisos, quiso convertir su trono en una hipermajestad para el globo entero. Fueron sobre todo sus tropas de elite, los jesuitas, que por su cuarto voto están juramentados inmediatamente con el Papa como rey del ejército del catolicismo militante, quienes desde mitad del siglo XVI cubrieron el globo con una red de devoción al Papa y de consideraciones hacia Roma: con una internet de la sumisión más devota por parte de lejanías dispersadas del centro. De ahí toman su modelo las modernas sociedades de telecomunicación, que operan a escala mundial. El telefonazo está prefigurado en la teleoración por el Papa. Los jesuitas fueron el news group prototípico, que se comunicaba por su red específica de organización. También el resto de las órdenes misioneras, los franciscanos, los dominicos, los teatinos, los agustinos, las concepcionistas, las clarisas de la 1a y de la 5ta regla, las jerónimas, las canonesas, las carmelitas descalzas y muchas otras: todas ellas estaban comprometidas, por su relación con Roma, en el proyecto de aportar éxitos a la conquista espiritual. Su ambición era la de expandir por todas las partes del mundo una Commonwealth asesorada por el Papa. Sólo en el siglo XX tardío se le ocurrió al Papa la idea massmedialmente correcta de viajar a las provincias de su reino moral como embajador de su propio Estado; esto significa la irrupción del catolicismo en una carismocratía telemática sin tapujos: el camino romano a la Modernidad. 

Pero el hecho de que la telecomunicación católica, incluso antes de la época de la presencia real del Papa, no se las valiera sin mecanismos mágico telepáticos sigue las leyes de la comunicación metafísica en grandes cuerpos sociales. El cadáver del primer gran misionero jesuita en Asia, Francisco Javier, que había abierto India y Japón a la Iglesia romana, encontró en Goa su último lugar de reposo. El brazo derecho del santo, «cansado de bautizar a decenas de miles de personas», fue traído de regreso a Europa; todavía hoy se conserva en la iglesia madre de la Orden, II Gesú de Roma, como la reliquia más preciada de la globalización. 

Libro de los virreyes / Sloterdijk, Peter / El mundo interior del capital/ 2007

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