20 abr 2014

LA PUERTA DE LOS TRES CERROJOS/ Sonia Fernández-Vidal


—Y, ¿qué sucede cuando te acercas a la Velocidad de la luz?

—se aventuró a preguntar Niko.

—La luz viaja a unos 300.000 kilómetros por segundo. Pero aunque sea un bólido, la luz tarda un tiempo en llegar hasta nuestros ojos. La luz que llega del Sol, por ejemplo, tarda unos ocho minutos en recorrer los 150 millones de kilómetros que hay hasta la Tierra. De modo que si miramos al astro rey con unas gafas de sol especiales, lo que vemos es la imagen de esa bola gigantesca de hace ocho minutos. Si un mago cósmico lo hiciese desaparecer ahora mismo, lo seguiríamos viendo durante esos ocho minutos.

Si eso sucede con el Sol, que es la estrella más cercana, imagina lo que sucede con la luz que ha salido hace millones de años de galaxias lejanas. Muchas de las estrellas que vemos por la noche ya no existen.

Niko asintió con la cabeza. Nunca lo había pensado de ese modo. Había leído que las estrellas del firmamento estaban a distancias enormes. Distancias tan grandes que no se medían en metros o kilómetros sino en años luz: el espacio que recorrería un haz de luz en ¡todo un año!

Eldwen retomó la explicación:

—Imagina que en un planeta a 519 años luz de distancia hubiese un astrónomo con un telescopio tan potente que pudiera ver con detalle lo que sucede en la Tierra. Si apuntara hacia América, ahora mismo vería llegar a Colón con sus carabelas. No vería a los humanos de ahora, sino a los de 1492.

—Ahora que lo pienso, lo que decís tiene sentido. Sin embargo, ¿qué tiene que ver la velocidad de la luz con lo que les ocurre a estos relojes relativistas? —les preguntó Niko

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