16 sept 2012

LA INSOSTENIBLE SITUACIÓN DEL DERECHO PENAL

PROLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Hace algunos años califiqué a la crisis como un «estado connatural al Derecho penal»[1]. En efecto, me parecía —y me sigue pareciendo— que es inevitable que el complejo institucional a través del que se canalizan las pretensiones punitivas de la sociedad no alcance nunca una cómoda estabilidad, sino que se mantenga en una permanente y vigilante provisionalidad. Ahora bien, dentro del estado estructural de crisis, es cierto que aparecen coyunturas algo más «críticas». La coyuntura en la que se mueve el Derecho penal en los últimos diez años es una de las más graves, pues compromete los rasgos definitorios de su propia identidad. En efecto, la crisis que se plantea en la actualidad no deriva de la convicción de que es preciso someter a constante análisis el ejercicio del ius puniendi para resolver sobre su posible limitación: lo que ha constituido la idea rectora de la comprensión del Derecho penal ilustrado por parte de los penalistas. Por contra, se trata precisamente de una crisis derivada de la tensión expansiva a que se está sometiendo al Derecho penal para que éste se encuentre supuestamente en condiciones de afrontar con éxito y de forma expeditiva la misión de lucha contra una criminalidad cuyo incremento en cantidad y dañosidad se afirma. 

A partir de ahí, para unos el Derecho penal se hallaría en una «crisis de crecimiento», a la espera de su deseable consolidación como instrumento social eficiente. Sin embargo, en tanto eso no se produzca su situación sería «insostenible». Insostenible, por su inadaptación al actual estado de desarrollo socioeconómico; insostenible, por su idealismo ingenuo; insostenible, por su arcaísmo, su formalismo, su lentitud, sus enojosas limitaciones prácticas. Para otros, en cambio, en la crisis se trata del «ser o no ser» del Derecho penal: el crecimiento es una metamorfosis. Así, la insostenible situación del Derecho penal constituiría precisamente la consecuencia esencial del proceso de modernización fragmentaria y contradictoria que experimenta el sistema punitivo en esa «maduración» supuestamente necesaria para su adaptación a las exigencias de las sociedades modernas. En esta última línea se sitúan todos los textos de este volumen, un ejemplo paradigmático del modo de discurrir de la denominada «Frankfurter Schule». Como es sabido, dicha «escuela» no existe como tal; y en el seno del grupo de profesores de Frankfurt se dan evidentes diferencias ideológicas y metodológicas[2]. Sin embargo, ello no es óbice para que quepa afirmar no sólo que el Instituí für Kriminalwissenschaften constituye un peculiar marco de discusión, fértil en productos intelectuales, sino también que define uno de los polos ideológicos más claros de la discusión alemana —y mundial— sobre teoría de la Política criminal. El eco internacional que las propuestas de este grupo de profesores siempre alcanzan y el carácter de «manifiesto» que tienen las páginas que siguen fueron los elementos que nos determinaron a ponerlas al alcance de los lectores que no dominan la lengua alemana.

9 sept 2012

La recta y el punto: Un romance matemático (1963) / Norton Juster

Se trata de la historia de una línea recta que se enamora de un punto. Pero el punto encuentra a la línea aburrida y convencional, y se fija en un garabato. La línea se esfuerza y un día logra variar su forma… El punto se da cuenta de que el garabato -símbolo de la libertad y la diversión- es tan solo caos y pereza. Así que lo abandona y elige a la línea… Y ¿vivieron felices?

4 sept 2012

LA DECISIÓN Y LA MUERTE


Como la luz de la aurora que se presiente en la oscuridad de la noche, así de cerca está la muerte de mí. Es una presencia invisible. 

Algunas veces en la vida sentí que estaba en peligro y podía morir. Y sin embargo, aquel sentimiento de la muerte en nada se parece al de hoy. Entonces hubiera sido parte de mis luchas o de alguna circunstancia: un fracaso de mis proyectos. Podría haber muerto inesperadamente y no habría sido como hoy, en que la muerte me va tomando de a poco, cuando soy yo quien me voy inclinando hacia ella. 

Su llegada no será una tragedia como hubiese sido antes, pues la muerte no me arrebatará la vida: ya hace tiempo que la estoy esperando. 

Hay días en que me invade la tristeza de morir y, como si pudiera ser la muerte la engañada, me atrinchero en mi estudio y me pongo a pintar con frenesí, confiado en que ella no me arrebatará la vida mientras haya una obra sin terminar entre mis manos. Como si la muerte pudiese entender mis razones, y yo hacer de Penélope para detenerla. 

Cuando la gente me para por las calles para darme un beso, para abrazarme, o cuando voy a algún acto, como en la Feria del Libro, donde una multitud durante horas me está esperando y me colma con su afecto, una invencible sensación de despedida me nubla el alma. 

Cada vez me ocupan menos los razonamientos, como si ya no tuvieran mucho que darme. Como bien dijo Kierkegaard, “la fe comienza precisamente donde acaba la razón”. Momentos en que navego sin preguntas mar adentro, no importan las lluvias ni los fríos. Y otros, en que me amarro a viejas sabidurías esotéricas, y encuentro calor en sus antiguas páginas como en las personas que me rodean y me cuidan. Me avergüenza pensar en los viejos que están solos, arrumbados rumiando el triste inventario de lo perdido. 

Antes, la muerte era la demostración de la crueldad de la existencia. El hecho que empequeñecía y hasta ridiculizaba mis prometeicas luchas cotidianas. Lo atroz. Solía decir que a la muerte me llevarían con el auxilio de la fuerza pública. Así expresaba mi decisión de luchar hasta el final, de no entregarme jamás. Pero ahora que la muerte está vecina, su cercanía me ha irradiado una comprensión que nunca tuve; en este atardecer de verano, la historia de lo vivido está delante de mí, como si yaciera en mis manos, y hay horas en que los tiempos que creí malgastados tienen más luz que otros, que pensé sublimes. 

He olvidado grandes trechos de la vida y, en cambio, palpitan todavía en mi mano los encuentros, los momentos de peligro y el nombre de quienes me han rescatado de las depresiones y amarguras. También el de ustedes que creen en mí, que han leído mis libros y que me ayudarán a morir. 

 

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