26 abr 2012
El libro de Marco Polo anotado por Cristóbal Colón
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Del tirano que se llamaba el Viejo de las Montañas y sus asesinos
Mullete es una región en la que señoreaba un príncipe malvadísimo, que se llamaba el Viejo de las Montañas, del que yo, Marco, voy a contar lo que oí de boca de muchos en aquella región. Aquel príncipe con todo el pueblo a quien gobernaba era seguidor de Mahoma. Imaginó una perfidia inaudita: convertir a sus hombres en audaces sicarios y homicidas, que comúnmente son llamados «asesinos», para poder matar con su temeridad a quien quisiese y ser temido por todos. Hizo, en efecto, en un valle amenísimo, rodeado por doquier de altísimas montañas, un inmenso y hermosísimo vergel, donde había copia de todas las hierbas, flores y frutos deleitosos. Había allí palacios espléndidos, pintados y decorados con maravillosa variedad; allí corrían varios y diversos regatos de agua, vino, miel y leche; allí se guardaban mujeres jóvenes sobremanera bellas, diestras en danzar, tocar el laúd y cantar en todas las maneras de los músicos, que tenían vestidos distintos y preciosos y que estaban adornadas con maravillosa galanura, cuyo menester era criar en todos los halagos y placeres a los jóvenes que estaban en él; allí había multitud de vestiduras, lechos, viandas y todo lo deseable del mundo. No se hacía allí mención de cosa triste; no estaba permitido sino entregarse regaladamente al solaz y a la lujuria. A la entrada del vergel se alzaba un castillo fortísimo, que era custodiado con sumo cuidado, pues por otro camino no había ni entrada ni salida. El Viejo aquel -así se llamaba en nuestra lengua, pero su nombre era Eleodim- tenía en su palacio, fuera de aquel lugar, a muchos mancebos que veía dispuestos y arrojados, y los hacía adoctrinar en la ley abominable de Mahoma; pues el muy miserable de Mahoma promete a los seguidores de su ley que tendrán en la otra vida muchos goces semejantes a los dichos. Por tanto, cuando quería convertir en audacísimo asesino a alguno de aquellos jóvenes, hacía que se le diera un bebedizo; al tomarlo, caía al punto presa de pesado sopor; entonces era llevado al vergel, y al cabo de un breve intervalo, cuando despertaba y se veía inmerso en tantos placeres, pensaba que estaba disfrutando de los deleites del Paraíso, según la promesa del abominable Mahoma. Después de algunos días ordenaba sacar fuera a los que quería con un brebaje semejante. Ellos, al salir del sopor, se entristecían muy mucho, viéndose despojados de tanta consolación. El Viejo, que se proclamaba profeta de Dios, les aseguraba que, si morían por obedecerle, inmediatamente volverían allí, por lo cual estaban deseosos de dar su vida por acatarlo. Entonces les ordenaba que matasen a éste o a aquél y que no temiesen arrostrar la muerte, pues al punto serían transportados a la gloria. Los jóvenes, exponiéndose a todos los peligros, se alborozaban si por obedecerle merecían la muerte, y así trataban de cumplir lo que mandaba tocante a matar a los hombres * * *. Con esta maña y engaño se burló durante largo tiempo de aquella región. Por esta razón los poderosos y los grandes, temiendo afrontar la muerte, se convirtieron en sus tributarios y vasallos.
POLO, Marco, 1254-1323. El libro de Marco Polo: ejemplar anotado por Cristóbal Colón y que se conserva en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla/edición, traducción y estudios de Juan Gil; presentación de Francisco Morales Padrón. —Madrid: Testimonio Compañía Editorial, 1986. —2 vols. — (Tabula Americae; 5)
15 abr 2012
El ENANO / PÄR LAGERKVIST
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¿Qué es la religión? Mucho he reflexionado sobre esto, pero en vano. Reflexioné sobre ello especialmente cuando fuí obligado a oficiar como arzobispo, con todos los ornamentos sacerdotales, en una fiesta de carnaval, hace unos años, y a dar la santa comunión a los enanos de la corte de Mantua que su príncipe había traído para esa ocasión. Nos reunieron ante un pequeño altar que se levantó en una sala del castillo, y alrededor de nosotros tomaron asiento, burlándose, todos los invitados, caballeros y nobles, entre los cuales figuraban algunos jóvenes fatuos ridículamente ataviados. Yo alcé el crucifijo y todos los enanos se pusieron de rodillas. "He aquí a vuestro salvador", declaré con firme voz y los ojos inflamados de pasión. "He aquí al salvador de todos los enanos, un enano él mismo, que sufrió bajo el gran príncipe Poncio Pilato, y fue suspendido sobre su pequeña cruz de juguete para gozo y alivio de todos los hombres de la tierra." Tomé el cáliz y se lo presenté: "He aquí su sangre de enano, con la que todos los grandes pecados quedan lavados, y todas las almas manchadas, blancas como la nieve." Y tomé la hostia y se la enseñé, y comulgué ante ellos bajo las dos especies, según la costumbre, explicándoles el sentido del misterio sagrado: "Yo como su cuerpo que era deforme como el vuestro. Es amargo como la hiel porque está lleno de odio. ¡Ojalá comierais de él todos vosotros! Yo bebo su sangre, y ella quema como un fuego que nada puede apagar. Es como si bebiera mi propia sangre. ¡Salvador de los enanos, pueda tu fuego consumir el mundo entero!" Y arrojé el vino sobre los asistentes que contemplaban con estupor y pálido semblante nuestra siniestra ceremonia.
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