22 dic 2013

Casi un objeto / José Saramago


Hacia miles de años que recorría la tierra. Durante mucho tiempo, mientras el mundo se conservó también el misterioso, pudo andar a la luz del sol. Cuando pasaba, las personas acudían al camino y le lanzaban flores trenzadas por encima de su lomo de caballo, o hacían con ellas coronas que él se ponía en la cabeza. Había madres que le daban los hijos para que los levantase en el aire y asi perdiesen el miedo a las alturas. Y en todos los lugares había una ceremonia secreta: en medio de un círculo de árboles que representaban a los dioses, los hombres impotentes y las mujeres estériles pasaban por debajo del vientre del caballo; era creencia de todo el mundo que asi florecía la fertilidad y se renovaba la virilidad. En ciertas épocas llevaban una yegua al centauro y se retiraban al interior de sus casas; pero un día alguien, que por ese sacrilegio se quedó ciego, vio que el centauro cubría a la yegua como un caballo y que despues lloraba como un hombre. De esas uniones nunca hubo fruto.
 

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